¿Notarios de la realidad o guionistas de ficción?
Hace unos años, un exitoso periodista deportivo de un programa radiofónico nocturno afirmaba que los informadores son notarios de la realidad: se limitan a dar fe de lo sucedido. Sin embargo, en los últimos tiempos, se está abriendo paso un modo de presentar las noticias, no ya con la práctica generalmente aceptada de colocar un cristal de aumento sobre los hechos, sino -lo que es mucho más grave- sustituyendo la realidad por un guion imaginario escrito por el informador.
Esta reflexión viene a cuento porque hace unos días se emitió por televisión un programa de tarde en el que los informadores estuvieron dándole vueltas a una conversación mantenida en privado por dos políticos de la derecha para extraer la interesada conclusión de que estaban enfrentados. En lugar de informar sobre los hechos sin salirse de una holgada fidelidad a lo acaecido, los presentadores tuvieron el atrevimiento de hablar con pelos y señales de la conversación que supuestamente habrían mantenido los dos políticos.
Me cuesta admitir que alguien pueda conocer lo que hablaron a solas dos personas, salvo que la conversación hubiera sido grabada o que uno de los dos la contara. Cosas ambas que en este caso hay que descartar, la primera por el ámbito estrictamente reservado donde se celebró el encuentro; y la segunda porque los periodistas que presentaban el programa eran de una ideología política contraria a la de los políticos implicados, por lo que es impensable que estos les hubieran contado lo que hablaron.
¿Cómo es posible entonces que un periodista pueda poner en boca de un político algo que aquel ignora absolutamente? Simplemente porque hoy parece que vale todo. El informador se inventó la conversación y la transmitió con todo descaro dándola por verdadera. Seguramente porque es de los que piensan que hay que hacer lo que sea con tal de que los sufridos ciudadanos no se queden sin comunicación.
Por extraño que pueda parecer, existe un derecho fundamental a «recibir libremente información veraz por cualquier medio de comunicación», cuya justificación última reside en contribuir a la correcta formación de una opinión pública libre y democrática. Y aunque es cierto que el concepto de información veraz admite matices, también lo es que en él no cabe sustituir conscientemente la realidad por la ficción.
La imparable comercialización de la vida moderna puede estar convirtiendo la información en una mercancía que hay que vender a toda costa, incluso recurriendo al escándalo como técnica de márketing. Tampoco hay que descartar que la crisis esté obligando a algunos medios de comunicación a rebajar la calidad de la información. Pero si no se pone fin a esta perniciosa sustitución de la realidad por la ficción se formará una opinión pública ofuscada, con los peligros que eso entraña para la sociedad democrática que tenemos que construir día a día.