Amar a Galicia
Pocos temas hay más comprometedores para un artículo periodístico que el de amar a Galicia. El título es lo único que suscita asentimiento: no creo que exista un gallego que no esté de acuerdo en que hay que amar a Galicia. A partir de ahí es cuando se abren las discrepancias. Y es que por muy bueno que fuese lo que escribiera, nunca sería del gusto de todos, por lo cual tras lo escrito la situación empeoraría indefectiblemente. ¿Por qué seguir entonces escribiendo? Porque el silencio puede ser interpretado en el sentido de que solo hay un modo de amar a Galicia y de que hemos encargado a otros que nos digan cuál es esa única manera de querer a nuestra tierra. Aun a riesgo de suscitar opiniones contrarias -pero en todo caso legítimas-, prefiero proclamar que hay tantas maneras de amar a Galicia como personas y que si opto por hablar de la mía es para que no sean otros quienes lo hagan por mí.
Amar es tener amor y amar a Galicia es sentir afecto, inclinación y entrega a la nacionalidad histórica que se ha constituido en la comunidad autónoma del mismo nombre. Dos son, por tanto, los puntos sobre los que ha de construirse esta reflexión: qué grado de entrega requiere ese sentimiento y qué hemos de entender por Galicia. Pero para expresar más claramente mi pensamiento voy a invertir el análisis de ambos extremos, porque la naturaleza del amado, Galicia, influye en el tipo de amor.
Galicia no es un ser humano, es mucho más: somos todos los que hemos nacido en esta maravillosa tierra desde que comenzó a ser hasta nuestros días. Se trata, por tanto, de una comunidad humana temporalmente proyectada en lo que fue, en lo que es y en lo que será. Amar a Galicia supone sentir afecto por nuestros antepasados y nuestros coetáneos (excluyo a los vendrán porque no es posible querer a quienes todavía no existen). Y hay que quererlos enteramente, tal como fueron y como son, porque todos los de hoy somos herederos de los que nos precedieron. Ser gallego es portar la orgullosa enseña de asumir lo que tenemos en nuestro ser proveniente del pasado, agregándole lo que hemos absorbido en el tiempo que nos ha tocado vivir en nuestra tierra. Y en todo está presente el espacio natural, la tierra, en que habitamos: el cosmos común que han ido poblando los que nos precedieron, que disfrutamos los que vivimos el presente y que tenemos que mantener para los que han de venir.
En cuanto al tipo de amor, siendo la capacidad de amar del ser humano infinita no caben las posturas excluyentes. Cuando se trata de amar a una realidad como Galicia, cada uno de sus amantes entiende el amor a su manera y no está escrito quién decide si el amor es suficiente o verdadero. Galicia puede ser amada además con una intensidad ilimitada, porque no es cierto que querer mucho a alguien implica indefectiblemente que quede poco amor para lo demás. El amor a Galicia del que hablo es generoso y sublime, y si sumamos el de todos es tan inmenso como se merece nuestra querida nacionalidad histórica.