Posts Tagged ‘Economía’

Tiempo para estadísticas

martes, 20 agosto, 2013

La Voz de Galicia

Se atribuye al canciller Otto von Bismark la frase «el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación». Con la perspectiva de los años que llevamos de democracia, se puede sostener que los que organizaron la transición eran verdaderos estadistas; y que desde hace unos años abundan los políticos que piensan en la próxima elección.

No cabe duda de que estamos pasando momentos difíciles, tanto en lo económico como en lo institucional. Pero no creo que sean más comprometidos que los de mediados de los años setenta del siglo pasado, cuando se extinguía un régimen autocrático y había que transformar las estructuras políticas de entonces en un sistema democrático. Y lo que era peor: había que hacerlo en medio de una crisis más severa que la actual provocada por la llamada crisis del petróleo con una inflación superior al 26 % y un paro que rondaba el 15 %.

La altura de miras y la generosidad de los dirigentes de entonces los llevó a situar en el centro de la política nacional el interés de las próximas generaciones y escribieron una de las páginas más brillantes de la reciente historia de España. Fue una época de estadistas que hizo que la sociedad civil de entonces tuviera un elevado concepto de la clase política. A los lectores que no vivieron la transición les puede parecer mentira que hubiera una generación de españoles que no fueron a la política a enriquecerse, y que tuvieran la grandeza de aparcar en momentos de urgencia nacional problemas localistas que dividían las fuerzas imprescindibles para impulsar el cambio de régimen. Por desgracia, las preocupaciones de la clase política han cambiado mucho desde entonces hasta hoy. Con el paso del tiempo, la política se ha convertido en una profesión. El centro de sus preocupaciones es, por tanto, ganar elecciones, lo que les ha hecho olvidar paulatinamente los intereses generales y, entre ellos, los de las próximas generaciones. Por eso, a nuestros actuales políticos parece interesarles por encima de todo la captura de votos, y dedican la mayor parte de sus esfuerzos a conquistar el poder.

Pero a las próximas generaciones no las estamos esperando, ya están ahí. Y uno de sus intereses principales es encontrar trabajo. El desempleo entre los jóvenes menores de 25 años estaba a principios de año en torno al 57 %. Los datos reflejan que empieza a reducirse ligeramente, pero nuestra mejor juventud aún se marcha al extranjero. ¿Es tan difícil entender que son absolutamente necesarias políticas de empleo juvenil para reducir esta escandalosa cifra de paro? La juventud necesita implicarse en la construcción de la sociedad en la que va a vivir. Es tiempo de estadistas, que piensen en el futuro y no en su propio gallinero. Los hay, solo falta que tengan el valor de arriesgarse a perder la próxima elección adoptando medidas impopulares pero necesarias para el porvenir de España.

La paciencia del resto de España

miércoles, 31 julio, 2013
La Voz de Galicia

Como es sabido, Job es el paradigma de la paciencia porque fue sometido por el diablo a numerosas adversidades (enfermedades, arruinarse, repudio de su mujer y fallecimiento de sus hijos), a pesar de lo cual no dejó de alabar al Señor. Espero no faltar al debido respeto a las Sagradas Escrituras si digo que no estoy muy seguro de que Job pudiera soportar la calamidad de la actuación política de los partidos que gobiernan hoy en Cataluña.

En efecto, por citar solo lo más reciente, el portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso de los Diputados, refiriéndose a una carta enviada por Artur Mas al presidente del Gobierno, afirmó: «Es la puesta de largo de Cataluña, una entrega de credenciales ante España y el mundo», y añadía: «Estamos maduros para decidir nuestro destino». Después de hablar de plantear una consulta de autodeterminación, el Gobierno de la Generalitat, de acuerdo con su estrategia política habitual, pide inmediatamente más ayuda económica: solicita al Fondo de Liquidez Autonómica 325 millones de euros más, con lo que esa comunidad autónoma pasaría a recibir 9.398 millones, más del 40 % del total del fondo.

No tengo duda alguna de que Artur Mas conoce la Constitución y de que, por tanto, sabe perfectamente que la soberanía nacional reside en el pueblo español. No ignora tampoco que Cataluña, siendo una nacionalidad histórica, no es más que una comunidad autónoma que junto con las dieciséis restantes constituyen los entes territoriales que conforman nuestro Estado. Y es consciente asimismo de que si puede hacer cualquier planteamiento político y hasta peticiones de ayuda económica en nombre de Cataluña no es porque tenga otra legitimidad que la que le viene de la Constitución. Artur Mas habla en nombre de Cataluña porque es el presidente de esta comunidad autónoma, elegido de acuerdo con el procedimiento electoral que hunde sus raíces en nuestra Carta Magna.

Si lo que antecede es así, ¿por qué este ciudadano español -sin que importe lo que se sienta, porque es, aunque no lo desee, un español- nos da tanto la vara al resto de los sufridos españoles? ¿Hay alguna razón, como no sea un extraordinario ejercicio de paciencia, para que los demás tengamos que aguantar una y otra vez sus planteamientos ilusorios y sus amagos táctico-económicos de secesionismo? ¿Cómo es posible que un ciudadano en pleno uso de sus facultades mentales no sienta vergüenza al decir que la carta de Artur Mas supone «una entrega de credenciales ante España y el mundo»?

Los secesionistas catalanes saben que mientras no se reforme la Constitución la secesión solo es posible con el voto favorable de la mayoría del pueblo español. Y eso se me antoja imposible en este momento. ¿Por qué el Gobierno de Cataluña no se dedica entonces a gestionar con eficacia su patrimonio en beneficio de los catalanes y se dejan de despilfarros en sueños independentistas imposibles? ¿No será que solo valen para eso?

La ira en el conflicto de las preferentes

miércoles, 3 abril, 2013
La voz de Galicia

Hay que ponerse en la piel de quienes han sido alevosamente privados de sus ahorros para valorar sus airadas reacciones. La gran mayoría de ellos han sido víctimas de un plan pergeñado -no tengo datos para afirmar si con buena o mala fe- por las cúpulas directivas de ciertas entidades de crédito, que se llevó a cabo entre mediados del 2005 y finales del 2009. Durante estos años, las sucesivas emisiones de preferentes, por un importe de casi mil cien millones de euros, tuvieron por finalidad resolver un problema particular de tales entidades: aumentar sus insuficientes recursos propios.

Con este fin, sus empleados fueron instruidos para convencer a los pequeños ahorradores de que adquirieran, con el dinero que tenían en los depósitos a plazo, unos productos financieros, las participaciones preferentes, denominación tan sugerente como engañosa. El cebo para los clientes era la obtención de un interés más alto que el de los depósitos, pero se guardaba silencio sobre datos tan relevantes como que a partir de entonces el depósito de dinero, seguro y líquido, se convertía en un producto financiero sin una fecha de vencimiento determinada (era, por tanto, una inversión de tipo perpetuo) y con una liquidez prácticamente inexistente porque no existía un mercado secundario real para venderlo.

La nacionalización posterior de las indicadas entidades de crédito revela que ni siquiera con la tropelía de las preferentes llegaron a resolver el problema de la insuficiencia de sus recursos propios. En cambio, lo que sí consiguieron fue arruinar a muchas familias modestas que vieron disminuir o desaparecer, como por arte de magia, los ahorros de toda una vida. ¡Cómo no va a generar una ira incontenida una situación como esta!

Ahora bien, ¿están los preferentistas descargando su indignación contra los verdaderamente responsables? Es posible que les digan que eso no importa, que lo que conviene es protestar ruidosamente para sensibilizar a la sociedad. Lo que sucede es que canalizar la ira contra los que no han tenido ninguna responsabilidad puede resultar tan injusto como lo que les han hecho a ellos. Acosar a alcaldes, concejales o al partido que gobierna en Galicia, que no han tenido nada que ver en la colocación masiva de las preferentes, supone engañar de nuevo a los afectados: hay desaprensivos que están manipulando su estado emocional y los utilizan como arma arrojadiza en la lucha política.

Y digo lo que antecede porque si a los Gobiernos de Galicia y de la nación, y, sobre todo, al Banco de España, de aquellos años, les hubiera preocupado algo la economía del pueblo, habrían prohibido la colocación masiva de preferentes entre los modestos ahorradores. Lo que sorprende de todo el conflicto es la enorme habilidad de los responsables de la colocación masiva de las preferentes en el ahorro popular, que están logrando que los preferentistas no los culpen a ellos, sino a sus adversarios políticos

 

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