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No logro descubrir la razón

lunes, 4 noviembre, 2013
La Voz de Galicia

Me propongo averiguar si hay alguna razón que demuestre que Cataluña es diferente al resto de España, mereciendo, por ello, un trato político y económico desigual y privilegiado. Voy a moverme exclusivamente en el plano racional, no en el de los sentimientos y emociones, porque lo que sienta cada uno es irrelevante si no sirve para persuadir a los demás. Si alguien se considerase, por ejemplo, extraterrestre, solo lo tendríamos por tal si pudiera demostrarlo. Entraríamos entonces en el dominio de la razón, que es del que no hay que salirse para abordar seriamente el problema.

Pues bien, el primer obstáculo que surge es determinar quién es el sujeto de esa supuesta diferencia: Cataluña como entidad política, su territorio, o el conjunto de habitantes que viven allí. La cuestión se suscita porque estas tres realidades son difíciles de separar, toda vez que la entidad política Cataluña está formada por todos los ciudadanos que habitan duraderamente en su territorio.

Y es entonces cuando comienzan a asaltarme las dudas. Por reseñar solo algunas: si lo determinante son las personas más que el lugar en que viven, ¿qué sujetos son los portadores de esa supuesta diferencia merecedora del trato privilegiado? ¿Todos los que están censados allí actualmente, incluidos los que proceden de otras regiones? ¿O solo los de rancia estirpe catalana? Si son estos últimos, ¿hasta cuántas generaciones hay que remontarse? ¿Y qué sucede si alguno de ellos se traslada a vivir fuera de Cataluña? ¿Se lleva a cuestas el trato privilegiado a su nuevo lugar de residencia? Por último, ¿cuál es la razón para excluir a los que habitan hoy allí y no descienden de ellos? Demasiadas preguntas y difícil de justificar la respuesta que se elija.

Si se opta por la salida más fácil, a saber: Cataluña son todos los que viven actualmente en esta parte de España, ¿qué razón justifica que deba recibir un trato privilegiado alguien que se haya trasladado a vivir allí, y que se le niegue, en cambio, a los que no se hayan movido de su pueblo? ¿Es que el solo hecho de ir a vivir a Cataluña es argumento suficiente para ser considerado portador de ese hecho diferencial generador del merecimiento al trato privilegiado?

Es posible que se diga que el merecimiento viene desde antiguo. Pero por mucho que busco en la historia de España no encuentro un acontecimiento protagonizado por catalanes que haya hecho merecedores a sus descendientes de recibir un trato privilegiado frente al resto de los españoles. ¿Se podría justificar el pretendido hecho diferencial inventando una razón histórica? Se puede, pero sería racionalmente inadmisible, porque tan burda manipulación del pasado sería fácilmente desmontable acudiendo a la historia.

Finalmente, ¿se puede admitir como hecho diferencial la riqueza de sus residentes? Sí, pero ¿en qué razón se podría fundamentar esa prerrogativa, que no fueran la insolidaridad y el egoísmo? ¿Tendríamos que admitirlo los demás? Los buenos y generosos, rotundamente no.

Cuestión de grandeza

martes, 8 octubre, 2013
La Voz de Galicia

En su reciente viaje a Kazajistán y Japón, Mariano Rajoy, tras reseñar que el señor Mas se estaba equivocando con sus planteamientos secesionistas, lo invitó a que tuviera un acto de grandeza; es decir, a que procediera con excelencia moral y abandonara sus pretensiones separatistas. La respuesta del señor Mas fue inmediata: la verdadera grandeza era que se dejara expresar al pueblo en una consulta.

Tiene sentido pedir a los adversarios políticos que actúen con elevación de espíritu cuando se trata de afrontar problemas de interés nacional, como puede ser la pretensión de amputar una parte del territorio español. Pero habrá quien se pregunte -y seguro que no son pocos- si en el punto en el que están las cosas tiene sentido seguir con la política de las grandes palabras y de los paños calientes. Desde luego, la prudencia de todo buen gobernante -que tiene además la sartén por el mango- aconseja hacer todo lo posible por no romper definitivamente. Pero esta actitud puede ser malinterpretada no solo por los políticos implicados, sino por los ciudadanos en general, que pueden ver un signo de debilidad allí donde parece haber generosidad con los de menos poder político.

En cualquier caso, una vez más, el presidente del Gobierno volvió a fijar de manera nítida la línea que el señor Mas no puede traspasar: la Constitución. Porque mientras no se modifique -si es que alguna vez llega a serlo-, la Constitución compendia las reglas de juego que nos hemos dado los españoles para convivir pacíficamente y en libertad. Y no nos ha ido mal precisamente.

Por eso, discrepo radicalmente de la opinión del presidente de la Generalitat de Cataluña cuando dice que la grandeza es dejar que se exprese el pueblo. Si el pueblo al que se refiere es el español, y lo que pide es que todos nosotros nos expresemos al respecto en el referendo que prevé la Constitución -propuesto por el presidente del Gobierno, previa autorización del Congreso y convocado por el rey-, no tengo nada que decir. Pero es evidente que en su cabeza no hay más pueblo que el catalán; por eso considerar que la grandeza moral es oír solo a los catalanes e incumplir la Constitución me parece un dislate más de este personaje del que empiezo a pensar, como brillantemente expuso en este periódico Roberto Blanco Valdés, que es un cuentista, un pícaro, un iluminado o un farsante y, desde luego, el mayor irresponsable de nuestro panorama político.

Pudiera parecer que si se recurre al insulto es porque carecemos de razones, ya que, según escribió Quevedo, «el insulto es la razón del que razón no tiene». Pero no es lo que ocurre en este caso. Multitud de comentaristas han expuesto razones irrebatibles que demuestran indubitadamente que una consulta al pueblo catalán sobre su soberanía no tiene cabida en la Constitución. Si me sumo a los calificativos de Blanco Valdés es porque, como ha dicho Napoleón, «hay pícaros suficientemente pícaros para portarse como personas honradas». Y el señor Mas puede ser uno de ellos

El Rey, en el ojo del huracán mediático

martes, 1 octubre, 2013
La Voz de Galicia

Aunque científicamente el ojo del huracán es el lugar de este fenómeno atmosférico donde hay más calma, hay un significado gramatical que es «centro de una situación polémica o conflictiva». Por eso, cuando digo que el rey está en el ojo del huracán es porque últimamente está en el centro de la polémica, que adjetivo como mediática porque se está más en los medios de comunicación que entre los ciudadanos.

Desde su impagable actuación con ocasión del intento golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, lo políticamente correcto era silenciar ciertos aspectos de la vida del monarca y, en lo que hubiera que hablar de él, hacerlo muy favorablemente. Me atrevo a decir que «aduladoramente», y no porque el modo impecable en que desempeñaba la jefatura del Estado no mereciera el elogio, sino porque en muchas ocasiones se bordeaba el servilismo. Y de todos es bien conocido que la adulación debilita, mientras que la crítica constructiva fortalece.

Hoy, algunas de aquellas cañas se han tornado lanzas, y lo que era una catarata de elogios se ha convertido en un echar cada uno su cuarto a espadas sobre la conducta de nuestro soberano, y especialmente sobre si ha llegado el momento de su abdicación a la Corona.

En relación con lo primero, se acaba de dar noticia de la supuesta bronca que con motivo de la Diada del año pasado le echó el rey al presidente de la Diputación de Barcelona al que reprochó manipular a la gente en favor del separatismo. En el minuto de gloria mediática que ha tenido recientemente este político por ese hecho antiguo, declaró que el rey había perdido la oportunidad de ejercer las funciones de árbitro y moderador que le atribuye la Constitución. Olvida este ciudadano que nuestra ley fundamental le encomienda esas funciones en relación con «el funcionamiento regular de las instituciones». Y organizar manifestaciones en favor de la secesión no parece que sea un funcionamiento constitucional y regular de las instituciones.

En cuanto a la abdicación, me parece que nos estamos dejando llevar más por la apariencia física que por la capacidad intelectual. La Constitución contempla el supuesto de que «el rey se inhabilitare para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuere reconocida por las Cortes Generales». Pero hasta ahora nadie ha sostenido que nuestro monarca ha perdido la capacidad para ejercer la jefatura del Estado. Y como nadie puede creer sinceramente que las dificultades físicas del rey lo hayan incapacitado intelectualmente -pensar así sería una afrenta enorme para todos los discapacitados físicos- se opta por sugerirle que sea él quien tome la decisión de abdicar. Salvo honrosas excepciones, estos opinantes me recuerdan a los que tan insistentemente recomendaban a Rajoy hace un año que pidiera el rescate. Y es que «el aconsejar es un oficio tan común que lo usan muchos y lo saben hacer muy pocos», como dijo fray Antonio de Guevara.

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