La importancia del cuerpo
La película Mar adentro de Alejandro Amenábar, entre otros muchos, tiene el mérito indiscutible de no dejar indiferente al que la contempla. Buena prueba de ello son los numerosos artículos periodísticos que vienen apareciendo desde su estreno, en los que cada autor expone las reflexiones que le ha sugerido la visión del filme. Hasta ahora, casi todas esas opiniones han valorado el tema de fondo que plantea la película, que es la vida como derecho, no como deber, y, desde esta óptica, la licitud del auxilio para el suicidio.
En abstracto, la cuestión planteada es de las que suscita debates apasionados desde todas las perspectivas posibles, morales, éticas, jurídicas. Y ello, porque recae sobre lo único de lo que no carece todo ser humano, que es su propia vida. Al que vive le puede faltar de todo, menos vivir, lo cual no es poco.
No conozco la vida de Ramón Sampedro y, por lo tanto, no puedo pronunciarme sobre el grado de fidelidad con que ha sido reflejada en Mar adentro. Quiere esto decir que ignoro las razones íntimas que lo impulsaron a persistir tan tenazmente en su idea de dejar de vivir. Mis reflexiones no son, pues, sobre la historia real, sino únicamente sobre la ficción que relata Amenábar.
Para mí, la película es sobre todo un canto al cuerpo como vehículo de libertad e independencia. Amenábar nos muestra sobre todo la vida del Ramón tetrapléjico, dedicando solamente algunas escenas al accidente. Del Ramón sano, sólo se ven algunas fotos de los numerosos viajes de su juventud, pero no se cuenta nada más de su forma de ser. En cambio, la historia del Ramón tetrapléjico nos hace mirar más hacia su alma que hacia el cuerpo. Pero no porque se nos esconda el cuerpo deforme e inmóvil, sino porque es tal la riqueza de su personalidad que nuestros sentidos perciben más las palabras de Ramón que las penalidades que sufre por su estado. El personaje llega a decir que no tiene más remedio que «llorar riendo».
No es extraño, pues, que Ramón inspire amor a todos los que lo rodean. Sólo por esto, parece que debería sentirse afortunado: es querido, que no compadecido, por sus familiares y amigos, y hasta llega a enamorar a dos mujeres. Algo de lo que no gozan muchos otros con un cuerpo en pleno funcionamiento. Sin embargo, no le basta con ser amado, ni tampoco con amar. Con toda la fuerza que tiene el amor, ni ser amado, ni amar, es suficiente para hacerlo desistir del propósito de poner fin a su vida. Porque le falta algo que para él es esencial: la libertad que proporciona un cuerpo sano. Sin esta libertad, sólo puede abandonar su cuerpo con el pensamiento. Y no se conforma con ello. Para el Ramón de Mar adentro, el cuerpo es la prisión de los sentidos, pero si no sirve para poder disfrutar de la libertad, lo mejor es dejarlo para siempre. Es una opción, pero parece exagerada, porque el espíritu que muestra es tan grande que debería desbordar los límites, siempre estrechos, del cuerpo, incluso si está sano.