Recuerdos en audiovisual
Se habían enamorado en plena juventud y desde que se casaron vivieron juntos hasta que él, una fría mañana de invierno, sin regresar del sueño, dejó de existir. A lo largo de su duradera vida en común habían conversado de casi todo, sin perderse ni una sola vez el respeto. Y cuando arribaron a la etapa del amor sereno pasaban las horas haciéndose compañía sin necesidad de hablarse de continuo. Por eso, nunca habían sido unos vecinos ruidosos.
Al principio, vivieron en un piso antiguo, amplio, de gruesas paredes y techos altos. Pero fueron menguando sus ingresos y al sobrarles tanto espacio decidieron trasladarse a uno de reciente construcción en la parte nueva de la ciudad. Allí lo que más les sorprendió fue el murmullo de voces que recorrían los estrechos tabiques del edificio, cosa que les permitía escuchar, aunque no con toda nitidez, las conversaciones de otros moradores.
Desde la muerte de su marido, la morada había quedado sumida en un silencio continuo que solo se alteraba a las horas de la comida y de la cena con el sonido de la televisión. El resto del tiempo se dedicaba a recordarlo, unas veces con los ojos cerrados moviéndose lenta y acompasadamente en su mecedora; y otras, repasando en su sillón los álbumes de fotos que conservaba de su larga convivencia.
Pero poco a poco ni la memoria de la vida pasada junto a él, ni la visión de aquellas imágenes reales pero inmóviles, petrificadas en papel fotográfico, paliaban su ausencia, e iba creciendo en ella sin cesar una asfixiante sensación de soledad. Echaba de menos su voz, poder hablarle, aunque solo fuera para decirle lo mucho que notaba su falta. El monólogo rutinario de su silencio fue llenando de hastío la atmósfera de su hogar. Para purificarla necesitaba volver a hablar con él fuera del pensamiento, pero no sabía cómo hacerlo.
Un día, mientras cosía, miró hacia un anaquel de la librería y vio perfectamente ordenadas las cintas de vídeo familiares. Gracias a las nuevas tecnologías habían podido cambiar el soporte de sus viejas películas de super-8 a casetes, a las que se fueron agregando las grabaciones de otros momentos de sus vidas. Como tenía todo el tiempo del mundo decidió visionar nuevamente aquellas cintas. Y volvió a verlo, en su época de joven y en la última de persona mayor. Las proyectó tantas veces que llegó a aprenderse de memoria las intervenciones de su marido. Y sin darse cuenta empezó a conversar con él dándole la réplica.
Fue así como las voces de ambos volvieron a mezclarse con las de sus vecinos, recorriendo de arriba abajo y de un lado a otro las delgadas paredes de la modernidad especuladora. Hubo quien se interesó por el misterio de volver a oírlos, y hasta quien no pudo resistirse a preguntarle si vivía con algún hermano de su marido. Ella se limitó a responder que recordaba en audiovisual. Algunos siguieron sin entenderlo y pensaron en desvaríos de la edad. Pero ella se sentía mucho mejor y, desde luego, más acompañada.