Voluntarismo y realismo

La Voz de Galicia
Sábado, 16 de febrero de 2008

La realidad de la vida puede afrontarse, entre otras actitudes, con las dos siguientes: con voluntarismo o con realismo. Según su cuarta acepción gramatical, voluntarismo tiene el significado de ‘actitud que funda sus previsiones más en el deseo de que se cumplan que en las posibilidades reales’. De acuerdo con esto, el voluntarista tiende a moverse, más que en el mundo de los hechos, en el de las frases brillantes con las que suele hacer sus ensoñadoras propuestas, lo que hace que acabe convencido de que basta con desear una cosa para que realmente ocurra.

La significación de realismo es ‘forma de presentar las cosas tal como son, sin suavizarlas ni exagerarlas’. Siendo la realidad tan dura como es, si al realista ni siquiera se le permite suavizarla, no es extraño que llegue a ser considerado como un auténtico aguafiestas. Por eso, en la valoración de los demás, el realista suele caer menos simpático que el siempre agradable voluntarista.

Aunque todos combinamos ambas disposiciones de ánimo, se puede afi rmar que en cada uno de nosotros predomina una de estas actitudes sobre la otra. De aquí que convenga preguntarse cuál de las dos es más conveniente; o, en otras palabras, qué es mejor: ser voluntarista o realista.

Cuando los intereses que se ponen en juego son los estrictamente personales, no es demasiado trascendente ser más voluntarista que realista, o al revés. En efecto, como quiera que las previsiones que hacen los voluntaristas suelen ser optimistas, mientras tales previsiones no sufran el inevitable contraste con la realidad, parece mejor ser voluntarista que realista: se está más a gusto pensando que sucederá lo bueno que uno desea y no lo ignoto que va a ocurrir. Ahora bien, como en el ámbito personal quien acaba sufriendo, en su caso, la dura realidad es el propio voluntarista, en el pecado lleva la penitencia.

Las cosas son distintas cuando del plano individual se pasa al de la gestión de intereses ajenos. En este caso, no parece que a los titulares de esos intereses les convenga más un gestor voluntarista que uno realista. Porque cuando se manejan los intereses de los demás, confundir los deseos con la realidad puede conducir directamente al fracaso. Así sucede cuando lo que acaba pasando en la realidad difi ere significativamente de las previsiones que había efectuado el gestor voluntarista, que precisamente por serlo las había fundado más en su deseo de que se cumplieran que en las posibilidades reales de que llegaran a acontecer.

Pues bien, si a la hora de elegir entre un gestor voluntarista y otro realista se opta por aquél, no solo se habrá escogido a quien confundió sus deseos con la realidad, sino que se habrá impedido que la afronte el que nunca dejó de estar en ella, sin exagerarla ni suavizarla. Lo malo es que una vez hecha la elección, si no es acertada, no hay vuelta atrás hasta que se puede elegir de nuevo. Y lo que nadie sabe hoy es cómo será la realidad de entonces.

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