Una mañana en palacio

La Voz de Galicia

Bien sé que el título de esta columna parece el de una comedia galante de factura decimonónica y origen británico, que tiene, ya lo irán leyendo, un tono clásico de crónica social, aunque trate de un acto íntimo y afectivo del alumno Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de España, y su maestro el profesor Otero Lastres.

Le imponía la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, en el salón del Congreso del palacio de la Moncloa. Podía escribir un retrato de urgencia de la soledad evidente de un presidente amortizado, de un prejubilado con fecha de caducidad, de un cansado corredor de fondo. Era tan obvia que no lo voy a hacer. Me dejó un poso de tristeza reflexiva acerca de lo efímeramente transitorio que es el poder, y de cómo se manifiesta la obstinación de la historia que expulsa a los infiernos exteriores a quienes han sido en algún momento sus protagonistas.

La mañana tenía esa docilidad mansa de los torpes soles de septiembre reventando contra el césped. Los invitados éramos un reducido grupo de amigos de Manel Otero, gentes del mundo del derecho y la magistratura, de la universidad, su familia directa, Paco Vázquez y yo mismo.

El embajador entretuvo la espera contándome su inmensa nostalgia italiana, su morriña romana, que yo entiendo, desde mi vinculación teórica a Lucca, y la comparto de manera entusiasta. De ahí pasamos a defender el clima coruñés del verano, y referimos los días claros y apacibles que nos hurtan el sol de los estíos, pero que resultan gratamente amables, y buceamos en el catálogo de las anécdotas herculinas, para hablar de cuando Franco era gobernador militar e Iglesias Corral alcalde de la ciudad y el general Sanjurjo protagonizó una asonada. Revisamos esa historia menuda de las ciudades que Paco Vázquez cuenta, y cuenta muy bien.

Por cierto, daría un excelente sucesor de Alberto Oliart al frente del ente de Radiotelevisión Española.

El presidente Zapatero llegó cuando se le esperaba, y como Otero es de Cee, al igual que el ministro Caamaño, no faltó esa mañana palaciega y soleada. Un buen medido discurso, eficaz y brillante, de amigo a amigo, expresó la gratitud y el reconocimiento del profesor Otero Lastres, y fue respondido magistralmente por el presidente del Gobierno, que buscó la complicidad con el oficio jurídico y literario de Manel.

Después nos manifestó en petit comité que lo difícil es escribir bien y no el hecho jurídico, a lo que asentí complacido como escritor convicto y confeso.

Fue una mañana muy grata, entre amigos que espantan la soledad que se quedó quieta en la mirada cansada del presidente Zapatero.

Lo mío, como habrán comprobado, no son las crónicas sociales

Ramón Pernas

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