Una decisión ejemplar
En los últimos días se están aireando en los medios de comunicación noticias referidas al señor Urdangarin, yerno del rey, que revelan, a primera vista -y dejando a salvo la presunción de inocencia-, una conducta indiciariamente reprochable desde el punto de vista penal. Por lo que se ha publicado hasta ahora, el comportamiento de este familiar del rey parece uno más de los múltiples casos, cada vez más frecuentes, de utilización de las arcas públicas en beneficio particular.
En «El aumento de la corrupción», publicado en La Voz del pasado 6 de noviembre, escribí: «… últimamente han aumentado de manera sensible los casos de corrupción que salen a la luz»; añadiendo seguidamente que «?en el Barómetro del CIS de junio de este año más del 87 % de los encuestados respondieron que la corrupción está muy o bastante extendida entre nosotros». Hoy agrego que los datos revelan que los implicados en los casos de corrupción son, en su gran mayoría, políticos, por lo cual tampoco debe sorprender que la clase política se haya convertido en la tercera preocupación de los españoles (así responden el 23,6 % de los encuestados en el Barómetro de octubre de este año).
Sin embargo, ante los casos de posible corrupción revelados hasta ahora la reacción de los partidos políticos y de la Corona ha sido muy distinta. Los partidos políticos tardan en actuar, y en su primera respuesta suelen limitarse a echar balones fuera: «nada de lo publicado es cierto», «no conozco de qué se me acusa y me siento indefenso» -dicen los directamente implicados- o «pongo la mano en el fuego por fulanito de tal», «solo se trata de indicios y hay que respetar la presunción constitucional de inocencia» -responden sus correligionarios más cercanos.
Lo cierto es que hasta hoy ningún partido político, en la fase inicial de la investigación judicial reveladora de indicios de culpabilidad, ha hecho público un comunicado referido a la poca ejemplaridad de la conducta del supuestamente corrupto. La razón de ello es que los partidos no se sitúan en la óptica de la ejemplaridad, como si esta no fuera también una característica primordial de la actuación de los políticos.
El rey, en cambio, sin esperar a decisiones judiciales, y aun a pesar del dolor que tiene que producirle personalmente hablar así de su yerno, ha calificado su conducta de poco ejemplar. Esta reacción revela, a mi modo de ver, una actuación modélica del titular de la Corona, que no está siendo debidamente valorada. Por los partidarios de la monarquía parlamentaria porque, en lugar de subrayar el acierto de valorar desde la óptica de la ejemplaridad las conductas de los ciudadanos con proyección pública, discuten infructuosamente sobre si la reacción del monarca fue o no tardía. Y por los interesados en erosionar la institución monárquica (la extrema derecha, los nacionalismos excluyentes y los republicanos nostálgicos), porque prefieren aprovechar la ocasión para extender sibilinamente a toda la Corona lo que es solamente un merecido reproche a un miembro de la familia del rey.