Tiempos de maquillaje

La Voz de Galicia
Lunes, 7 de diciembre de 2009

A poco que se reflexione sobre el discurrir de la vida actual, podrá comprobarse que estamos en tiempos de maquillaje. Desconozco si no nos gustaba como éramos anteriormente, pero lo cierto es que llevamos algunos años retocando nuestro yo y todo lo que nos rodea para disfrazar la realidad en que vivimos. Y lo peor de todo es que no es una conducta aislada que seguimos solamente en alguno de nuestros ámbitos vitales, sino que la hemos generalizado a todos ellos.

Así, en el campo del pensamiento, se tiende a sustituir la tendencia a tener ideas propias, fruto del análisis y la reflexión individual, por paquetes de pensamientos estandarizados que se transmiten machaconamente y sin cesar a través de los poderosos medios de comunicación que nos envuelven. Y para introducírnoslos sin que nos demos cuenta y hasta con cierto placer, los hacen fusiformes, sin aristas, y con ingredientes como el relativismo y otras sustancias anestésicas. Es así como se ha ido desplazando, lenta pero imparablemente, la opinión multiforme e individualizada de tiempos anteriores por el actual pensamiento único de lo políticamente correcto. Se ha acabado, sin protesta alguna por parte de los ecologistas, con la especie del individuo pensante en beneficio de una nueva raza, el maquillado hombre uniforme.

Si del campo de las ideas pasamos a otros, como el del poder, la realidad no es muy diferente. Es tal la concentración del poder en unas pocas manos que el servilismo imperante en nuestros días supera, aunque no lo parezca, al que existía en el feudalismo. Hoy el poder ofrece prebendas y protección pero a cambio únicamente de la ciega adhesión a los dictados del que manda. Y es tanto lo que puede dar el poder –y tan poco lo que queda fuera- que no son pocos los que prefieren recibir las dádivas del poderoso que defender en las afueras del sistema las propias ideas divergentes con el pensamiento único. Lo peor de todo es que este moderno servilismo está acabando poco a poco con un valor de la persona tan relevante como la dignidad.

En el mundo de la creatividad, el maquillaje también hace estragos. El creador actual ya no es un bohemio que persigue la inmortalidad y la gloria. Ha visto que las obras del espíritu dan para vivir, y bien, a otros que pululan a su alrededor y han decidido traspasar la frontera de la comercialidad. Y es entonces cuando han tenido que domesticar su espíritu para participar activamente en un mundo, como el de los negocios, en el que lo único que se persigue es el beneficio. Este embadurnamiento del intelecto para disfrazarlo con afeites y pinturas ha llegado incluso al llamado nuevo arte de la cocina moderna en la que el aspecto y los nombres de los platos dificultan muchas veces ver y saber lo que comemos.

No sé a quién corresponde la ciclópea tarea de acabar con la uniformidad asfixiante de nuestros tiempos. Estas líneas, a modo de lámpara prendida a la luz del día como la de Diógenes, no buscan a hombres justos, sino a los intelectuales que logren desmaquillarnos.

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