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La nostalgia del regreso vacacional

martes, 27 agosto, 2013

La voz de Galicia

Los que gozan del privilegio de un puesto de trabajo estable tienen derecho a un período anual continuado de vacaciones que suele disfrutarse en verano. Entre los meses del estío, agosto es el que elige la mayoría como tiempo de descanso. La proximidad del final de agosto supone, pues, que se acerca para muchos ciudadanos el momento del adiós al actual período vacacional. Aunque haya pasado casi un mes, parece que fue ayer cuando iniciábamos el descanso estival y teníamos por delante mucho tiempo para hacer el montón de cosas que habíamos planificado. Es verdad que desde nuestra infancia tuvimos períodos largos de trabajo escolar seguidos de momentos duraderos de asueto. Y también lo es que siempre hubo un primer día de vacaciones. Pero el de ahora es distinto al de nuestros primeros años. Entonces, si la primera mañana era relevante no tener que ir al colegio, lo era todavía más lo lejano que veíamos el día del regreso a las aulas. Con el paso del tiempo, hay también un primer día de vacaciones, pero la sensación de la vuelta a la faena diaria ha variado: desde el instante mismo en que comenzamos a descansar no dejamos de tener presente que muy pronto volveremos al trabajo.

Lo que antecede se siente cuando vives fuera de Galicia y vienes a veranear al lugar de tus raíces. Cuando se lleva recorrido un amplio trecho de la vida, se van aproximando inevitablemente dos momentos que en la niñez veíamos muy distanciados: la llegada y la despedida. Con el aumento de la edad, tienes la sensación de que vienes para regresar mucho más pronto de lo que desearías, lo cual te impide disfrutar intensamente del tiempo que pasas en tu lugar de origen.

Las cosas empiezan a complicarse cuando se aproxima el día más temido: el del regreso al lugar de residencia. Es un momento propicio para que incluso los más fuertes de espíritu sufran un ataque agudo de nostalgia. Vienen a la memoria todos los últimos días de tus vacaciones veraniegas. Y recuerdas el silencio y la tristeza con que año tras año ibas recogiendo y guardando las cosas que sacabas los primeros días del verano. Vuelve a sobrevolar sobre cada uno de nosotros la amenaza del regreso inminente a la rutina del resto de los días del año.

Lo que produce mayor melancolía es pensar en lo lejano que queda aún el comienzo del siguiente verano. Es verdad que no tardarás en volver a tu ciudad, pero ocasionalmente y por períodos cortos. Habrá una nueva Navidad y Semana Santa, pero no son lo mismo. Saben a poco y apenas permiten recargar el espíritu de esa indescriptible pero maravillosa magia de nuestra Galicia y que sentimos los que tenemos el privilegio de haber nacido en esta tierra. Podría consolarme pensando que un año no es mucho, pero vivir tanto tiempo con morriña es demasiado.

Tiempo para estadísticas

martes, 20 agosto, 2013

La Voz de Galicia

Se atribuye al canciller Otto von Bismark la frase «el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación». Con la perspectiva de los años que llevamos de democracia, se puede sostener que los que organizaron la transición eran verdaderos estadistas; y que desde hace unos años abundan los políticos que piensan en la próxima elección.

No cabe duda de que estamos pasando momentos difíciles, tanto en lo económico como en lo institucional. Pero no creo que sean más comprometidos que los de mediados de los años setenta del siglo pasado, cuando se extinguía un régimen autocrático y había que transformar las estructuras políticas de entonces en un sistema democrático. Y lo que era peor: había que hacerlo en medio de una crisis más severa que la actual provocada por la llamada crisis del petróleo con una inflación superior al 26 % y un paro que rondaba el 15 %.

La altura de miras y la generosidad de los dirigentes de entonces los llevó a situar en el centro de la política nacional el interés de las próximas generaciones y escribieron una de las páginas más brillantes de la reciente historia de España. Fue una época de estadistas que hizo que la sociedad civil de entonces tuviera un elevado concepto de la clase política. A los lectores que no vivieron la transición les puede parecer mentira que hubiera una generación de españoles que no fueron a la política a enriquecerse, y que tuvieran la grandeza de aparcar en momentos de urgencia nacional problemas localistas que dividían las fuerzas imprescindibles para impulsar el cambio de régimen. Por desgracia, las preocupaciones de la clase política han cambiado mucho desde entonces hasta hoy. Con el paso del tiempo, la política se ha convertido en una profesión. El centro de sus preocupaciones es, por tanto, ganar elecciones, lo que les ha hecho olvidar paulatinamente los intereses generales y, entre ellos, los de las próximas generaciones. Por eso, a nuestros actuales políticos parece interesarles por encima de todo la captura de votos, y dedican la mayor parte de sus esfuerzos a conquistar el poder.

Pero a las próximas generaciones no las estamos esperando, ya están ahí. Y uno de sus intereses principales es encontrar trabajo. El desempleo entre los jóvenes menores de 25 años estaba a principios de año en torno al 57 %. Los datos reflejan que empieza a reducirse ligeramente, pero nuestra mejor juventud aún se marcha al extranjero. ¿Es tan difícil entender que son absolutamente necesarias políticas de empleo juvenil para reducir esta escandalosa cifra de paro? La juventud necesita implicarse en la construcción de la sociedad en la que va a vivir. Es tiempo de estadistas, que piensen en el futuro y no en su propio gallinero. Los hay, solo falta que tengan el valor de arriesgarse a perder la próxima elección adoptando medidas impopulares pero necesarias para el porvenir de España.

El camino al desandar

miércoles, 14 agosto, 2013
La Voz de Galicia

En el maravilloso y conocidísimo poema que figura en Proverbios y cantares escribía Antonio Machado: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar» y añadía: «Al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar». En este corto y profundo verso, el autor sitúa al ser humano ante el futuro y el pasado.

Sobre el porvenir, nos dice que consistirá en lo que nosotros hagamos. No puedo estar más de acuerdo con esta reflexión. El camino de cada uno no nos lo pueden hacer otros, será el que andemos nosotros mismos. Esta reflexión me parece especialmente relevante en una sociedad, como la actual, en la que solemos culpar a los demás de nuestros propios errores. Para valorar lo que llevamos andado convendría, como dice Machado, que nos fijáramos en las huellas que hemos ido dejando cada uno, no en los pasos que no dimos porque esperábamos equivocadamente que otros los dieran por nosotros.

Pero la reflexión que ahora me interesa de este excelente poema es la que dice que nunca hemos de volver a pisar el camino andado. Tiene razón el poeta andaluz al afirmar que la vida corre hacia delante y que nunca podremos descontar años ya transcurridos. Por eso, aunque digamos que nos sentimos muy jóvenes, tenemos exactamente los años cumplidos y jamás podremos rebajarlos por el solo hecho de que nos sintamos con menos edad.

Creo, sin embargo, que hay un modo de volver a pisar el pasado vivido o, dicho de otro modo, también podemos hacer camino al retroceder lo andado. Y es valerse del recuerdo, hacer memoria de sucesos pasados que nos permiten volver a pisar con el pensamiento la senda caminada.

En la juventud, la mirada se proyecta hacia el frente, y no se vuelve la vista atrás porque la senda transitada es muy pequeña comparada con la que queda por recorrer. Pero cuando se lleva andado mucho, se ve que por delante no queda apenas camino, y que, en cambio, son demasiadas las huellas dejadas. Como hay una gran descompensación entre lo mucho vivido y lo poco que queda por venir, se vive recordando, se vuelven a hacer pasar por el intelecto momentos transcurridos.

Lo curioso es que cuanto más largo es el camino andado, más lejanos son los acontecimientos hacia los que se vuelve la vista. Tenemos próximos los recientes y, sin embargo, nuestra mirada rescata vivencias lejanas, prácticamente olvidadas mientras marchábamos firmemente hacia delante con un amplio futuro por hacer. El camino son, pues, todas las huellas: las andadas, las que nos quedan por marcar y las que volvemos a pisar en el recuerdo. Por eso, en la remembranza sí que hay camino, el que se hace hacia atrás al desandar.

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