Posts Tagged ‘Economía’

Vientos de prudencia

domingo, 13 noviembre, 2011
La Voz de Galicia

No hay que ser muy perspicaz para caer en la cuenta de que los actuales son tiempos difíciles. Lo son en general para todos, aunque es verdad que la crisis está golpeando más severamente a los que menos tienen. La pobreza lleva tiempo sobrevolando en círculo sobre un sector cada vez más amplio de ciudadanos españoles. Sobre muchos ya ha hecho caídas en picado, convirtiéndolos en presas desesperadas que no pueden soltarse de sus garras. Y si una parte de ellos todavía no se ha rendido no es por el socorro que perciben del pomposamente llamado Estado del bienestar, sino porque hay muchas almas caritativas que comparten lo que tienen con los necesitados: virtuosos, como dijo Quevedo, que «siembran en los pobres siguiendo la agricultura de la limosna».

Pero que en nuestros tiempos sea tan necesaria la caridad no deja de ser una anomalía. Es cierto que siempre habrá a quién socorrer, pero es un fracaso político inadmisible que una parte cada vez mayor de los ciudadanos tenga que satisfacer sus necesidades vitales recurriendo al subsidio de organizaciones y personas privadas dedicadas a ayudar a los más necesitados. Los pobres, por no tener, no tienen quien les escriba, salvo para decirles lindezas como «me hago pobre no porque no tengo mucho, sino porque no me contento con poco».

Tenemos que conseguir que el crecimiento económico y el consiguiente descenso del paro permitan que el Estado refuerce las políticas sociales hasta poder liberar parcial y progresivamente a esas instituciones benéficas de la enorme carga que soportan. Estoy seguro de que son tan conscientes de la importancia de su labor que ni siquiera se quejan. Pero hay que volver a la situación en la que la asistencia social que proporcionaban se limitaba a suplir a la del Estado en el territorio abandonado de los herederos de la nada.

Las necesidades son grandes y urgentes, pero las medidas a tomar tienen que ser meditadas y certeras. Como dijo Tucídides, «para el gobierno son mejores los ingenios tardos y moderados que los agudísimos y veloces». Es verdad que una buena parte de lo que tenemos que hacer ya nos ha sido indicado por la Unión Europea y los demás organismos internacionales, por lo que queda poco margen para la improvisación.

Pero como es tiempo de reformas que nos van a afectar a casi todos, no está de más reclamar que se desplieguen las velas del cambio hacia los vientos de la prudencia. Estamos en plena tempestad, pero no podemos dejar de cruzar el mar, porque de lo contrario naufragamos. No es momento de maniobras audaces, ni tiempos para la temeridad. Tenemos que capear la tormenta, ponernos al abrigo del viento huracanado de la crisis.

Y para todo ello hay que pertrecharse con el coraje de la prudencia. Porque como también escribió Quevedo, «el prudente sabe juntar muchas conjeturas de cosas para sacar un juicio cierto». El acierto del próximo Gobierno es el acierto de todos.

¿Nuevo impuesto a los ricos o a los políticos?

domingo, 4 septiembre, 2011
La voz de Galicia

E l tema de los impuestos es uno de los que más se presta a la demagogia, que significa -recuérdese- «halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política». En estos días, la crisis económica y la proximidad de nuestras elecciones generales han puesto de actualidad la cuestión de si conviene imponer a los ricos una nueva contribución a las arcas generales.

No es fácil formarse una opinión razonada sobre si debe gravarse a los ricos con una nueva aportación a los ingresos del Estado. Si se parte de que se necesitan más recursos y de que han de proceder de nuevos impuestos, lo lógico es, a primera vista, que se recauden de los que más tienen y no de la sufrida masa de los asalariados, por muy controlados que se tengan sus ingresos. Sin embargo, antes de decidir si conviene imponer a alguien un nuevo esfuerzo tributario, deberíamos preguntarnos si los políticos han administrado bien nuestros impuestos. Entre otras razones, porque, si hubiesen malgastado los fondos públicos, antes que exigir nuevos impuestos habría que asegurarse de que los políticos no pudieran volver a despilfarrarlos.

A los ricos podrán echárseles todas las culpas del mundo -y más si con ello «se halaga a la plebe»-, pero por mucha inquina que se les tenga no parece que hayan tenido responsabilidad directa en la generación de la crisis. No solo eso: como tal colectivo desorganizado ajeno a las tareas de gobierno, no ha tenido en sus manos la posibilidad de tomar medidas generales para paliarla.

Las cosas son, en cambio, distintas si volvemos la mirada hacia los políticos. Aunque en el origen de la crisis hayan influido numerosos factores internos e internacionales, ¿ha habido una administración diligente y ordenada de los recursos recaudados a los ciudadanos? La respuesta es negativa. No parece administrar acertadamente -y voy a poner solo algunos ejemplos- descentralizar la Administración pública duplicando y hasta triplicando las instituciones, hacer aeropuertos que no tienen vuelos, multiplicar los canales autonómicos de televisión, tener un parque móvil con tantos vehículos como cargos públicos significativos, abrir embajadas de autonomías en el extranjero, rodearse de un sinfín de asesores prescindiendo de nuestra preparada clase funcionarial, etcétera.

Como ha habido despilfarros y los políticos son los responsables, ¿no sería más justo hacerles pagar a ellos el nuevo impuesto? Ello supondría hacer recaer las consecuencias de una mala administración en los administradores antes que en los administrados. Habrá quien diga que no todos los políticos son iguales y que hay algunos que han administrado acertadamente sus recursos. Es cierto. Pero si nos situamos en el campo de la culpabilidad, lo mismo sucede con los ricos que tampoco lo son. La injusticia está en escoger un colectivo y hacerle pagar una parte de las consecuencias de la crisis. Pero si hubiera que hacerlo, la pregunta sería: ¿elegimos a los ricos solo por ser los que más tienen o a los políticos por ser los que despilfarran?

Los bancos y la circulación del dinero

lunes, 29 agosto, 2011

La voz de Galicia

Una de las maneras más fáciles de tener éxito con los lectores es escribir a favor de la corriente. Al estar hoy bastante difundida la opinión de que los bancos son los enemigos de los ciudadanos, lo mejor para ganarse al público es zurrarles la badana. Pero como hay que escribir no para cosechar aplausos, sino para decir lo que de verdad se piensa, voy a exponer mi opinión sobre los bancos y la circulación del dinero, aunque ello irrite a más de uno.

De entrada, conviene detenerse en dos ideas importantes: quiénes son los bancos y en qué consiste básicamente su actividad. Los bancos son empresarios mercantiles que organizan capital y trabajo para desarrollar una determinada actividad económica. Al igual que en toda sociedad anónima, los dueños de los bancos son los accionistas: una multitud de ahorradores que invierten dinero comprando acciones para recibir cada año el dividendo que reparte el banco. Como las acciones son acumulables, los que más reúnen suelen gobernar el banco desde el consejo de administración, de acuerdo con el principio de que manda más quien más arriesga. Forman parte también del banco sus trabajadores, quienes desde sus distintas responsabilidades son los llamados a desarrollar diariamente la operativa del negocio. Finalmente, y en cierto modo, son asimismo banco los ciudadanos que tienen sus ahorros depositados en las cuentas bancarias.

La actividad principal del negocio bancario es intermediar en la circulación del dinero. Dicho más claramente: los bancos captan dinero de los ciudadanos a cambio de un interés y lo prestan después a los que lo precisan, cobrándoles un interés superior al que les pagan a sus depositantes. En la diferencia entre lo pagado por el dinero captado y lo cobrado por el dinero prestado reside una parte de los ingresos del banco.

Así las cosas, es evidente que los depositantes de dinero tienen una posición contrapuesta a la de quienes lo piden prestado. Para los depositantes, es esencial que el banco remunere sus fondos, y para ello es imprescindible que los que piden dinero prestado lo devuelvan con el interés correspondiente. Porque si los que obtienen dinero a crédito no lo devuelven, el banco tendrá menos dinero para prestar y la multitud de ahorradores que tienen depositados sus fondos en él correrán el riego de perderlos.

Vista así la cuestión, parece que el verdadero enemigo de los ciudadanos no es el banco en sí, sino el que no devuelve el dinero que ha pedido prestado. Es posible que no pueda hacerlo por un cambio inesperado de circunstancias. Pero incluso en ese caso el deudor que no paga no deja de ser responsable, junto con los dirigentes del banco por no haberse asegurado debidamente de que podía devolverlo. A todo lo dicho, hay que añadir que existe una autoridad, el Banco de España, que está encargada de vigilar y supervisar la actividad bancaria. Por eso, si una de las causas de la actual crisis bancaria es que los bancos prestaron dinero a deudores que no podían devolverlo, la pregunta es: ¿cumplió debidamente el Banco de España su labor de vigilancia?

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