Sonidos y olores del mundo
Si alguien pudiera oír y oler desde lo alto del firmamento los efluvios que desprende el planeta tierra, tendría percepciones de muy variada naturaleza. Pero no me refiero al ruido real que genera nuestro mundo, ni tampoco a los olores naturales que emanan de él. Pienso en los sonidos y olores que emiten los sentimientos y las acciones de los seres humanos que habitamos en nuestro viejo palneta. Y no en los singulares de cada hombre, sino en los globales que exhalan los ciudadanos que vivimos agrupados en los tres mundos que coexisten en nuestro viejo planeta.
Si ese ser imaginario volase por encima del primer mundo, percibiría mayoritariamente los sonidos y los olores de la abundancia. El sonido de la abundancia es ensordecedor, y los tonos que lo componen están tan mezclados unos con otros que no es fácil separarlos, ni adivinar de dónde proceden. Hay sonidos sublimes, como la música, que ascienden maravillosamente ejecutados y coordinados, produciendo una embriagante sensación de bienestar. Y se oyen también las risas del placer y de la vida confortable. Pero todo ello se entremezcla con las voces broncas de la avaricia, con la algarabía desconcertante del consumismo, con los gritos sordos de la vida escasa en valores espirituales, y con las nauseabundas flatulencias de la gula extrema y del despilfarro. El olor de la abundancia tampoco es nítido, se combinan hasta confundirse el aroma dulce y limpio de los buenos sentimientos con el hedor fétido y pestilente del odio y la envidia.
Al sobrepasar por el segundo mundo, nuestro personaje imaginario tendría que aguzar sus sentidos para percibir la combinación de abundancia y escasez que desprende esa parte de la Tierra. El sonido y el olor de la abundancia, ya descritos, se captan, pero como también se oye y se huele la escasez, y todos ellos llegan a lo alto del firmamento bastante atenuados. Porque ni el sonido y el olor de la abundancia son allí muy intensos, y los de la escasez no son demasiado lacerantes.
Cuando realmente se sobrecogería nuestro hombre volador, sería al sobrevolar el tercer mundo. Y no tanto por un exceso de ruidos o de olores, sino por todo lo contrario: por la falta de ellos. Y es que en el tercer mundo, es tanta la carencia que hasta los gritos se transforman en un inmenso silencio. Porque todo lo que han reunido los habitantes de esa parte del mundo a lo largo de sus vidas –si es que se pueden llamar así- ha sido hambre, escasez, olvido, desprecio, explotación. Y por eso, lo único que les sobra es el asco y la repugnancia que sienten hacia su miseria los desaprensivos y explotadores de los otros dos mundos.
Pero del tercer mundo no solo emana el impresionante silencio del hambre extrema, sino también la ausencia de olor. Puede percibirse débilmente el maravilloso olor del amor y de la entrega de algunos heroicos ciudadanos venidos en su ayuda de los otros dos mundos. Pero llega a hacerse imperceptible porque acaba siendo devorado por la falta de olor que tiene en ese mundo la tristeza.