Servidores públicos que arriesgan sus vidas
Domingo, 22 de Agosto de 2010
En los últimos días han tenido lugar dos sucesos en los que servidores públicos de dos cuerpos distintos han perdido la vida. Primero, fueron dos bomberos quienes el pasado 13 de agosto en Fornelos de Montes, al parecer por un cambio inesperado del viento, se vieron rodeados por las llamas de un incendio que todo parece indicar que fue intencionado. Más recientemente, el pasado 17, en A Cañiza, un guardia civil que se acababa de incorporar al servicio después de las vacaciones fue alcanzado por un disparo mortal en un atraco a una oficina de una entidad de crédito.
Todas las reacciones que hubo ante estas dos tristes noticias fueron las que cabía esperar. El primer sentimiento fue de dolor por la pérdida de vidas humanas de quienes hicieron del servicio a los demás su modo de vida. Pero no de cualquier servicio, sino de uno de alto riesgo: en ambos casos, los servidores fallecidos se jugaron lo más importante que tenían, su vida, para defendernos no de un accidente de la naturaleza, sino –y esto es lo verdaderamente lamentable- de un ataque perpetrado por otros seres humanos. Arriesgar la vida para tratar de apagar el fuego o de impedir un atraco fue lo que les dictó el cumplimiento de su deber en respuesta a unas acciones delictivas previas de unos indeseables.
Reaccionar únicamente con dolor ante tan graves acontecimientos sería del todo insuficiente. Había que añadir, y así se hizo, una manifestación enérgica de condena, unida a la confianza en que la acción de la justicia haga pagar a los culpables tan reprochables conductas. Pero no hubo ni salidas de tono, ni ningún tipo de ocultamiento: los bomberos, sus familiares y sus allegados saben perfectamente que arriesgan sus vidas y que, por tanto, pueden perderlas. Y lo mismo cabe decir de los miembros de la Guardia Civil. Todos han estado a la altura –que es mucha- de las circunstancias.
Por eso, no se entienden bien las reacciones que se producen cuando quien fallece es un militar profesional en acto de servicio. Cuando pierde la vida un soldado en una acción de guerra, declarada o no, es como si hubiera menos convicción de que está actuando también al servicio de todos nosotros. Me refiero sobre todo a la clase política, porque teme que se aproveche la circunstancia para imputar la muerte a la formación que ha decidido enviar los soldados al lugar en el que se desarrolla el conflicto. En estos casos, se difuminan intencionadamente las circunstancias del suceso hasta ofrecer una versión lo más dulcificada posible.
Y es que reconocer sin ambages que un soldado profesional ha muerto en un acto de servicio, sigue siendo difícil para nuestra traumatizada clase política, como lo era mostrase orgulloso del himno y de la bandera. Pero como la sociedad va bastante por delante de nuestros políticos, es posible que no tarden en aceptar la muerte de un militar en acto de guerra con la misma naturalidad que en el caso de los otros servidores públicos mencionados.