Objetivos políticos desenfocados

La Voz de Galicia
Miércoles, 31 de julio de 2002

El hombre lleva suficientes años sobre la Tierra como para haber resuelto ya satisfactoriamente la mayor parte de sus problemas  sociales. Me refiero, entre otras cosas, a poder vivir en paz, haber acabado con el hambre, poder pensar y expresarse en libertad, tener una instrucción suficiente, gozar de un nivel sanitario adecuado, disponer de una justicia rápida y eficaz, tener un trabajo aceptablemente remunerado y habitar en una vivienda digna. Y, sin embargo, casi todos están aún sin resolver, tal vez porque es muy probable que sean insolubles, inherentes a la propia condición humana. Aún así, lejos de haberse despreocupado por su solución, el hombre ha ideado una actividad, la política, cuyo objetivo consiste justamente en resolverlos.

Ante tal situación, cabe preguntar qué es lo que ha fracasado: la política como arte referente al gobierno de la “cosa pública” o los sujetos que desarrollan habitualmente esta actividad. Aunque la política y los políticos están estrechamente relacionados, me inclino por culpar a los políticos de tal fracaso.

Sería injusto y erróneo afirmar que los políticos han hecho poco por resolver dichos problemas. Y mucho más aún, señalarlos como los únicos culpables del estado en que se encuentran las cosas. Siendo objetivos, habría que afirmar que hay lugares en el mundo -muy pocos- en los que los mencionados problemas han encontrada una solución satisfactoria. Pero si esto es verdad, también lo es  que, en muchas ocasiones y en la gran mayoría de los países -por no decir en todos-, los políticos han desenfocado sus objetivos: se han dedicado a resolver problemas marginales y que les afectan a ellos. Y si lo que solucionan es lo accesorio, con la consiguiente asignación de fondos, resulta que se están detrayendo medios para resolver los problemas que nos afectan e interesan a todos.

Piénsese, por ejemplo, en las importantes medidas de seguridad que rodean a políticos, no ya de primer nivel, sino de niveles medios e incluso bajos. Estas medidas que son absolutamente necesarias en determinado lugar de España, se despliegan también de manera permanente en lugares donde es muy improbable que los políticos corran el más mínimo riesgo. Es cierto que en todas partes puede haber un incontrolado. Pero tal reducida probabilidad ¿justifica tan importante gasto en seguridad?, soportar ese mínimo riesgo de inseguridad ¿no debe considerarse implícito en las condiciones del cargo?, rodear al político de tantos escoltas ¿no supone un inadmisible exceso de desconfianza en la ciudadanía?, ¿no estamos todos expuestos a un riesgo de la misma naturaleza?, ¿qué valor suplementario tiene entonces el político frente a los demás ciudadanos?

Las preguntas planteadas deben hacernos reflexionar sobre si no estamos originando entre todos que los políticos no vean con claridad cuáles son sus objetivos. Porque, muchas veces, parece que el “asunto público” objeto de su actividad es más “él mismo” y la satisfacción de su vanidad que cualquiera de los problemas anteriormente reseñados. Y es que no es difícil que un político acabe siendo vanidoso por culpa de todo el boato con que se rodea.

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