Mendigos modernos

La Voz de Galicia
Domingo, 7 de abril de 2002

El hombre se pasa la vida intentando conseguir lo que necesita y lo que cree necesitar. Sus apetencias son de todo tipo, pero las primeras que siente y desea satisfacer suelen ser las materiales: obtener lo indispensable para el sustento de la vida. Pero esto, que debería tenerlo asegurado todo ser humano por el solo hecho de nacer, es difícil de conseguir. Por eso, quien carece de los recursos económicos necesarios para vivir llega, a veces, a mendigarlos.

En el llamado primer mundo, hay tal abundancia de bienes materiales que una parte de nosotros tiene a su alcance la gran mayoría de ellos y algunos de cierto valor, como la vivienda, el automóvil, el televisor, etc., incluso duplicados. En esta sociedad de la opulencia, la mendicidad es una forma admisible de ganarse la vida. Porque para que el sistema funcione, estamos obligados a consumir y en esta orgía del consumo no importa que las migajas vayan a parar a los más necesitados.

La sociedad de la opulencia ha generado, sin embargo, nuevos mendigos, pero no de bienes, sino de tiempo. Desde que nacemos, se nos incita a acumular: cuando somos pequeños, más cosas para jugar; y cuando vamos creciendo, más bienes para consumir. Pero nada se nos regala: los obtenemos a cambio de dinero. Y como es mucho lo que tenemos que acaparar, también son muchos los valores que tenemos que entregar a cambio. Para conseguir estos valores de cambio, hay que emplear una gran parte de nuestro tiempo. Y cuanto mayor es el número y el valor de los bienes que queremos adquirir, mayor es la parte de nuestro limitado tiempo que tenemos que destinar a obtener los valores de cambio. Y cuando, por fin, llegamos a tener valores de cambio suficientes, en lugar de cambiarlos por tiempo para reflexionar sobre el sentido de la vida, volvemos a emplearlos en la compra de nuevos bienes materiales.

La vida se vuelve entonces un completo sinsentido y no es extraño que se multipliquen las enfermedades del espíritu. Porque en esta enloquecida carrera por tener más, apenas nos dedicamos tiempo a nosotros mismos. Y claro está, mucho menos aún a los demás. Por eso, la sociedad de la opulencia ha originado una nueva pobreza que no consiste en la escasez de bienes, sino en la falta de tiempo, para uno mismo y para los demás. Tiempo para cuidar nuestra alma y para ayudar a curar la de los demás, aunque solo sea escuchándolos. Los nuevos pordioseros de la sociedad de consumo mendigan tiempo, piden sólo unos minutos para que los escuchen, piden no una parte de nuestros bienes, sino de nosotros mismos. Pero a diferencia de la otra mendicidad, la de tiempo es difícil de satisfacer, porque aunque hubiésemos dejado de ser avaros de bienes –cosa dudo-, lo somos, y mucho, de tiempo, el cual preferimos malgastarlo en consumir que darlo como “limosna” a los modernos “mendigos de tiempo”.

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