Medios, modos y fines

La Voz de Galicia
Domingo, 18 de julio de 2004

Uno de los sentidos en que cabe entender la palabra «democracia» es como una «mecánica para la libertad». Es decir, un sistema de control del poder en beneficio de la libertad de los ciudadanos. Si se tiene en cuenta que la palabra «medio» significa, según la 14ª acepción del Diccionario de la Real Academia, «diligencia o acción conveniente para conseguir algo», la democracia es un «medio» idóneo para gobernar respetando la libertad de los gobernados.

La palabra «talante», en su primera significación, quiere decir «modo o manera de ejecutar algo», y por «modo» se entiende, en su acepción tercera, «moderación o templanza en las acciones o las palabras». Si formamos la frase «talante democrático» y sustituimos cada una de estas dos palabras por su significado, llegamos a la conclusión de que el «talante democrático» es, ante todo, un modo de aplicar la «mecánica para la libertad» en la acción de gobernar, caracterizado por el empleo de la moderación y la templanza en las acciones y las palabras. Y lo mismo cabe decir del «diálogo»: es un modo de buscar la avenencia en la acción de gobernar mediante la discusión y el logro de pactos.

Pero la democracia como «medio» y el talante y el diálogo como «modos» están subordinados a la acción de gobernar, que es en sí misma el fin de todo el sistema. Y ello porque «gobernar» significa, en su segunda acepción, «dirigir un país o una colectividad política».

En los últimos tiempos, no se puede negar que España estaba «gobernada» o, lo que es lo mismo, firmemente «dirigida». Cualquier observador de la realidad española, podría elegir diversos términos para referirse a la situación de nuestra vida política, pero no podría sostener con seriedad que estábamos en una situación de desgobierno o de falta de una clara dirección política.

Pero si lo que se acaba de decir es cierto, también lo es que la oposición al Gobierno se refirió durante la última legislatura de manera reiterada a una cierta carencia de talante democrático y de diálogo. Es decir, más que criticar la ausencia de la acción de gobernar, se objetaban, sobre todo, los modos en que se gobernaba: falta de moderación y templanza en las actuaciones de gobierno y abandono de la búsqueda de la avenencia en las discusiones.

No debe extrañar, pues, que, durante la pasada campaña electoral, el partido mayoritario de la oposición hiciera más hincapié en los «modos» del talante y el diálogo que en las propuestas concretas para su acción de gobierno. Dicho partido, tal vez porque veía lejana la conquista del poder, hablaba más del modo en que había que gobernar que en el hecho mismo de la acción de gobierno.

Hoy dicho partido ha recibido de los ciudadanos el mandato de gobernar. Pero sería un gran error que se quedara en los «modos», en el talante y en el dialogo, y que prescindiera del «fin» que es gobernar. Puede que sea por la lógica falta de experiencia, pero no creo exagerar si digo que está bastante extendida la sensación de que existe una notable falta de coordinación en la acción de gobierno.

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