Me sumo al manifiesto "Aunque"
Pertenezco a una generación que tuvo que recurrir en muchas ocasiones a la publicación de manifiestos en la prensa para poder dar a conocer las ideas que defendía. Hasta tal punto se hizo uso -e incluso abuso- de esta vía, que algunos articulistas acabaron por acuñar el término de los abajofirmantes para referirse a un conjunto heterogéneo de personas -casi siempre los mismos- que solían adherirse a la mayor parte de los manifiestos. Con la democracia y su implícita posibilidad de debatir todas las ideas, se redujeron extraordinariamente los manifiestos de tipo político hasta desaparecer casi por completo.
Pero en los últimos tiempos, y debido a acontecimientos que están en la mente de todos, se ha vuelto al recurso del manifiesto -y en mayor medida aún a las manifestaciones callejeras- como cauce para manifestar el apoyo o el rechazo a determinadas actitudes adoptadas por nuestra clase política respecto de tales acontecimientos. No me corresponde valorar el significado, en una democracia plenamente consolidada, del renacimiento de dichos modos de expresión habituales en el pasado. Pero el hecho de su creciente utilización en los últimos tiempos, debería hacer reflexionar a los encargados de dirigir la cosa pública.
Viene todo esto a cuento porque se ha publicado un manifiesto de un grupo reducido de destacados y verdaderos intelectuales, europeos -entre los que figura algún español- y americanos, titulado Aunque, que se refiere a la situación que se vive en el País Vasco. No tengo ninguna duda de que, ante tal situación y lo mucho que hacen algunos por disimularla, tiene pleno sentido recurrir al manifiesto público. Frente a la tibieza de la gran mayoría de nuestros intelectuales y frente a los silencios, cobardes de unos y hasta cómplices de otros, es reconfortante que haya personas de otros países que tengan la valentía de firmar públicamente una descripción tan precisa de lo que pasa en el País Vasco. En mi percepción de lo que pasa allí, considero el manifiesto Aunque un ejemplo de claridad, precisión y rigor sobre la situación en la que viven determinados ciudadanos de esa comunidad autónoma.
Pocas veces estuve tan de acuerdo con un manifiesto como con éste y con la conveniencia de hacer público su contenido. Por si vale de algo, me sumo sin reserva alguna a Aunque e invito a todos a que hagan lo mismo. Sería deseable que hubiera un aluvión de adhesiones para apoyar, en la forma que se estime más conveniente, las ideas que se expresan en el citado manifiesto. Si lo tan bien escrito por unos pocos, es apoyado por muchos, los que sufren tan gran atropello solamente por sus ideas se sentirán fuertemente reconfortados. Una vida vale lo mismo por muy alejado o cercano que esté el lugar en el que sea puesta en peligro. Por eso, sería decepcionante que guardaran silencio en este caso, los que han hecho oír su voz -y muy reiteradamente por cierto- ante otros acontecimientos recientes.
No pensé que, a estas alturas, después de 44 años de represión castrista en Cuba, después de miles de fusilados y encarcelados por razones políticas, alguien tuviera el cinismo de defender un régimen criminal y tiránico, basándose en mentiras que caen por su propio peso. Después de leer la carta del señor Antonio Prieto Fornos (publicada el pasado 28 de abril de 2003), me doy cuenta que aún existen ese tipo de personas. No comprende ese señor que ya todos sabemos que en Cuba existe una cruel dictadura donde no se permite ningún tipo de oposición o discrepancia, y que aquéllos que se atreven a disentir de manera pública sufren todo tipo de atropellos, de acosos y hostigamientos llegando a ser condenados de manera arbitraria y sin ningún tipo de derechos, como ha sucedido recientemente con algunos opositores pacíficos al régimen que han sido condenados a penas de hasta más de 20 años de prisión, por el solo delito de denunciar las violaciones de los derechos humanos por parte del régimen de Castro, soñar con un futuro de libertad y prosperidad para el pueblo cubano y escribir poesías. El problema no es entre Cuba y EE. UU. El problema radica en que un hombre se cree en el derecho de dirigir los designios de un país y para lograr su objetivo no le importa fusilar, encarcelar o expulsar al exilio a todo aquel que se le oponga.