Los presidentes de Gobierno como seleccionadores

La Voz de Galicia
Domingo, 17 de enero de 2010

Tengo un gran amigo que suele recurrir en bastantes ocasiones al micro mundo del fútbol para explicar con notable acierto lo que sucede en otros ámbitos de nuestra vida diaria. Siguiendo una línea parecida, voy a recurrir a la figura del seleccionador nacional de fútbol para valorar la actuación de un presidente de gobierno (sea de la Nación sea de las Comunidades Autónomas) a la hora de elegir a sus ministros o a los miembros del Consejo de Gobierno.

En principio, y al igual que el seleccionador, se supone que todo presidente debe intentar formar gobierno con los mejor preparados. No hacerlo así carecería de sentido, sobre todo si se tiene en cuenta que su propio éxito –y lo que es más importante el de todos nosotros- dependerá en una gran medida de la valía de los reclutados. Y es que así como no es fácil que una selección sea ganadora sin que la formen gran parte de los mejores jugadores, de la misma manera parece difícil formar un buen gobierno si no figura en cada ministerio alguno de los más destacados profesionales, sean políticos o no.

Pero si lo que antecede es cierto también lo es que los presidentes tropiezan con algunas dificultades. La primera, aunque no la más relevante, reside en la propia limitación habitual que se auto imponen por razones políticas, consistente en reducir el universo de los elegibles a las personas de su propio partido y, en contadas ocasiones, a algún independiente afín. En cambio, el seleccionador de fútbol puede escoger los jugadores que desee de cualquier equipo, sin ningún tipo de limitación. Lo cual permite concluir que cuantas menos limitaciones se imponga el que elige mayor será su posibilidad de acierto.

Pero todavía hay otro obstáculo más grave a la hora de formar gobierno. No es que los presidentes ignoren quienes son los mejores, sino que no consiguen convencerlos porque los salarios que les pueden ofrecer están muy alejados de los que perciben en su actividad privada. Y por muy egoísta que pueda parecer, son muy pocos los que están dispuestos a dar el salto a la política a cambio de ese bajo nivel salarial (en comparación con el suyo) que se les ofrece.

El fútbol ha solucionado muy bien este problema, con dos medidas.  De una parte, todo futbolista tiene la obligación legal (art. 47 Ley del Deporte) de acudir a una convocatoria de la selección nacional. Con lo cual, el seleccionador tiene asegurado que formará el equipo que desee. Pero la segunda medida todavía es mejor: a los futbolistas seleccionados, durante el tiempo que están en la selección, les sigue pagando el club del que proceden, y, además, cobran de la Federación lo que les corresponda por su participación en el equipo nacional.

Pues bien, ¿se imaginan una norma que obligase a ser ministro y a que durante su mandato les siguieran pagando sus empresas de origen, estableciendo, eso sí, las cautelas necesarias para impedir que pudiesen beneficiarlas? Y si existiera, ¿elegirían en tal caso los presidentes a los mejor preparados? Me temo que no.

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