Los prescriptores literarios
Como habrán observado, en la publicidad se utilizan cada vez con más frecuencia los denominados prescriptores, esto es, personas conocidas (a veces son personajes ficticios) que persuaden a los consumidores o usuarios para que adquieran un producto o contraten un servicio. Hasta hace algunos años, los prescriptores eran sujetos que habían logrado destacar por sus relevantes prestaciones en ámbitos de masas, como el deporte, la cinematografía, etcétera. Actualmente, para ser prescriptor basta con gozar del lucrativo bien de la popularidad, sin que importe la razón por la que se ha adquirido. Por eso, hoy los prescriptores no son solo los protagonistas de las hazañas, sino también los que salen habitualmente en televisión, como presentadores de programas y, en ocasiones, hasta algún famoso del mundo del corazón, cuyo mérito es formar parte del vicio popular del cotilleo.
Las agencias de publicidad contratan prescriptores por una razón comprensible. Su grado de conocimiento entre el público aporta un plus de credibilidad: la notoriedad del que recomienda la compra es un valor que se acaba transfiriendo al artículo anunciado. De tal suerte que el éxito comercial del bien publicitado está en relación con la fama del prescriptor elegido: cuanta mayor sea su celebridad, mayor será el impacto del anuncio y, consiguientemente, aumentarán las posibilidades de venta.
Pues bien, algo parecido está empezando a suceder en el mundo de la literatura. Las editoriales son empresas que están sometidas a la ley del beneficio y, en consecuencia, recurren también a las modernas técnicas del mercadeo. Esto es lo que explica su apuesta creciente por la figura del que voy a denominar prescriptor literario; es decir, un autor cuya fama, aunque no provenga del mundo de la literatura, lo convierte en prescriptor de su propia obra.
En efecto, cada vez con más frecuencia las editoriales invitan a personas notoriamente conocidas -simplemente por serlo y sin que importe la razón- a que escriban (a veces, ni siquiera eso, porque se limitan a prestar su nombre) una novela, sus memorias, o cualquier obra sobre un tema de actualidad. Lo que interesa empresarialmente no es tanto la capacidad del autor invitado para escribir una obra de calidad, cuanto su grado de popularidad, porque en la cultura banalizada y comercializada de nuestros días lo determinante es vender. Se busca, en definitiva, y como medio para aumentar la cifra de ventas, el suplemento vitamínico que la notoriedad del supuesto literato da a la obra.
Es evidente que esta estrategia editorial no sería posible sin la colaboración de los lectores. Por eso, entre las causas de este progresivo e imparable florecimiento de los prescriptores literarios está la preocupante obesidad espiritual de nuestra sociedad, cada vez más acrítica y dirigible, que se traga todo lo que le ofrecen cuando viene envuelto en el celofán del éxito mediático.