Los inmigrantes como forasteros
Al igual que sucedió hace unos 100.000 años cuando llegaron desde África a nuestro continente los primeros pobladores, estamos recibiendo oleadas masivas de africanos que abandonan su tierra, pero no para poblar tierras ignotas y deshabitadas, sino para participar, aunque sea mínimamente, en la opulencia que exhibe con tanto descaro el Primer Mundo.
Por muy poca que sea la atención que se ponga sobre lo que sucede en África, es fácil descubrir las razones por las que se producen estos movimientos migratorios. Las televisiones de los países desarrollados, que en la era de la globalización llegan hasta los más recónditos lugares de la tierra, muestran cada día, con impudicia, imágenes del despilfarro consumista del mundo de la abundancia, y, junto a ellas, otras de la lacerante pobreza que asola los países africanos. Y claro, los que sólo tienen miseria y escasez, arriesgan ese nada que poseen con la esperanza de hacerse un pequeño hueco entre las sobras del inmenso festín que nos estamos pegando.
Pero si no es difícil adivinar por qué vienen, tampoco puede sorprender la actitud que estamos adoptando ante esta incesante e incontrolada llegada de inmigrantes a nuestras costas. Nos asombra y nos preocupa que vengan a participar de «lo nuestro» personas que no son nuestros compatriotas, que no están avecindados en ninguna de nuestras poblaciones, o que no residen legalmente en nuestro país. Y es que está muy extendida entre nosotros la convicción de que España, al menos en su dimensión material, ha sido, es y será de todas y cada una de las generaciones que la han venido sosteniendo y acrecentando con su esfuerzo y laboriosidad. Por eso, los inmigrantes que llegan a nuestras costas, aunque se jueguen la vida, no dejan de ser «forasteros», es decir, personas que vienen a un lugar en el que no han nacido, del que no son vecinos y en el que tampoco tienen su residencia. Por lo cual, salvo que adquieran legalmente cualquiera de las indicadas condiciones, carecen, en principio, de todo derecho a beneficiarse de lo que no es suyo.
En un tema tan polémico es difícil ser objetivo, y mucho más aún no caer en la demagogia sensiblera. Pero soy de la opinión de que cada parte tiene sus razones: los inmigrantes para venir, y nosotros para solicitar que se controle su entrada. Lo que no se puede pedir es que sean ellos mismos los que hagan un ejercicio de responsabilidad y dejen de venir para que cesen nuestras preocupaciones. Son las autoridades españolas las que tienen que tomar las medidas necesarias. Y mientras que nuestras autoridades no cumplan con este deber de control, es a ellas a las que tenemos que exigir responsabilidades. Hasta entonces, no debe extrañarnos que esos «forasteros» africanos inicien una aventura que pueda desembocar en la muerte o en la «gloria» de acabar haciéndonos los trabajos que nosotros despreciamos.