Los discutibles Principe de Asturias en deporte

La Voz de Galicia
Jueves, 7 de septiembre de 2006

Vaya por delante que siento una sincera y profunda admiración por Fernando Alonso y por los integrantes de la selección española de baloncesto. Son dos ejemplos de extraordinarios deportistas, que han alcanzado el máximo galardón a nivel mundial en sus respectivas modalidades. No se trata, pues, de discutir los méritos deportivos de nuestro mejor piloto de todos los tiempos, ni de restar un ápice del valor que ha tenido la extraordinaria actuación de nuestra selección de baloncesto, que es un ejemplo difícilmente igualable de conjugación, en torno a un equipo, de todos los valores del deporte colectivo.

Pero una cosa es que Fernando Alonso y la selección de baloncesto posean méritos deportivos de primer orden a nivel mundial -que, insisto, no son discutibles- y otra muy distinta que, a la vista de las bases de la convocatoria, debieran haber sido ellos los galardonados con los dos últimos premios Príncipe de Asturias de los Deportes. En efecto, en la convocatoria del 2006 se dice, con carácter general, que los premios Príncipe de Asturias han sido creados para galardonar la labor científica, técnica, cultural, social y humana, realizada por personas, equipos de trabajo o instituciones en el ámbito internacional y especialmente en la comunidad iberoamericana de naciones, cuyos logros constituyan un ejemplo para la humanidad. Y refiriéndose al premio Príncipe de Asturias de los Deportes, se añade: «Será concedido a aquella persona o personas, o institución que, además de la ejemplaridad de su vida y de su obra, haya conseguido nuevas metas en la lucha del hombre por superarse a sí mismo y contribuido con su esfuerzo, de manera extraordinaria, al perfeccionamiento, cultivo, promoción o difusión de los deportes».

Pues bien, la cuestión no está en si Fernando Alonso y nuestra selección de baloncesto (pertenecientes ambos en ese ámbito especialmente valorado de la comunidad iberoamericana de naciones) reúnen esos méritos, sino si merecían el premio más que el resto de los candidatos. Y es por aquí por donde creo cabe discutir las decisiones de los dos últimos premios. Salvo que se valorase de manera especial el hecho de ser español -cosa que no aparece en las bases- no creo que Fernando Alonso mereciese el premio más que Michael Schumacher, también campeón del mundo, pero no una vez, sino siete. Y lo mismo cabe decir de nuestra selección de baloncesto, porque, puestos a premiar los logros de selecciones nacionales de baloncesto, incluso si nos ciñéramos a las iberoamericanas, parece que habría que premiar antes a la selección de Argentina, que fue campeona del mundo en 1950, subcampeona del mundo en el 2002 y campeona olímpica en las Olimpiadas de Atenas del 2004.

El jurado se ha dejado llevar por razones localistas (la condición de asturiano de Fernando Alonso), o por la emoción (por la cercanía del triunfo en baloncesto). Habría sido mucho mejor que no se hubiese dejado influir por razones de este tipo, que, lejos de acrecentar el prestigio del premio en el ámbito internacional, lo están empequeñeciendo en todos los sentidos.

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