Liderazgo universal
Creo que no exagero al afirmar que ningún ser humano ha tenido nunca unas exequias como las de Juan Pablo II. Desde que el mundo se ha convertido en una aldea global, han fallecido personas muy notables que llegaron a alcanzar la cima de los honores y la fama en los distintos campos de la actividad humana, la ciencia, la literatura, el arte, el deporte, la política, etc. Pues bien, nadie ha sido capaz de congregar en el lugar de su enterramiento un número tan elevado y tan heterogéneo de personas como Juan Pablo II.
En la plaza de San Pedro se congregaron cientos de miles de personas, venidas desde distintos lugares y pasando todo tipo de penurias, con el único deseo de decirle «adiós» y de estar cerca de él durante las últimas horas que estuvo de cuerpo presente. Al funeral y al entierro asistieron, además de autoridades religiosas de otras Iglesias, líderes políticos de casi todos los países del mundo, entre los que figuraban diez monarcas reinantes y cincuenta y siete jefes de Estado. Fueron tantos los que manifestaron su deseo de asistir oficialmente a las honras funerales que hubo que limitar el número de los integrantes de las comitivas oficiales.
Tan extraordinario acontecimiento origina inevitablemente muchas reflexiones, y entre ellas las tres siguientes. La primera es si cabía esperar una reacción de esta gran envergadura. Bien entendido que esta cuestión no se plantea desde la óptica de los méritos de Juan Pablo II, sino desde la perspectiva del peso que tiene actualmente la Iglesia Católica en el mundo. Se dice que el catolicismo está perdiendo pujanza en Europa, mientras que está en clara expansión en Hispanoamérica y en África. Pues bien, la numerosa presencia de europeos, buena parte de ellos jóvenes, en la plaza de San Pedro, sugiere que, siendo posible en Europa el descenso numérico de católicos practicantes, parece que se está ante un catolicismo de mayor autenticidad.
La segunda reflexión es que en este mundo globalizado todavía existe una esencial diferencia entre la dimensión de lo «espiritual» y lo «terrenal». Lo «espiritual» no tiene límites, ni personales, ni territoriales: afecta a todos cualquiera que sea el lugar en el que se encuentren. Juan Pablo II ejerció su labor pastoral sin distinción de personas ni de fronteras geográficas. Viajó sin descanso, y a veces mermado de salud, para llevar su mensaje de consuelo allí donde había seres humanos que lo necesitaban. Por eso, la reacción ante su muerte, el dolor que ha producido, es universal: de muchos y en muy diferentes lugares. Porque el espíritu es como el aire, no tiene límites, está expandido por todas partes. Y lo que se siembra en el campo del espíritu, sólo se percibe cuando se cosecha: una ingente y generalizada manifestación de admiración y respeto.
Por último, la reacción ante la muerte de Juan Pablo II suscita si es acertado plantear la cuestión de la dimisión de un pontífice. En el ámbito de lo espiritual, no es fácil medir la eficacia y el valor del ejemplo del Pastor. Lo sucedido con Juan Pablo II invita a proceder con la máxima cautela y a no aplicar, sin más, en el ámbito de lo religioso, medidas, como la de la dimisión, que son más propias de otros ámbitos.