La verdad y ciertas profesiones
Se entiende por «verdad» la realidad de las cosas o, como dice la primera acepción de nuestro Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia «conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente». Por su parte, la profesión es un «empleo, facultad u oficio que una persona tiene y ejerce con derecho a retribución». Pues bien, no todas las profesiones afrontan de la misma manera las distintas verdades de nuestra vida.
Así, en el ejercicio de su profesión, el médico busca decididamente la verdad. Para devolver la salud al enfermo, es imprescindible que acierte en su diagnóstico. Lo cual le obliga a estudiar con minuciosidad y rigor el estado del paciente y a componer un cuadro lo más completo posible de sus síntomas. De tal suerte que cuanto más se acerque a la verdad, en mayor medida podrá aplicar el remedio más conveniente. En la profesión médica, no tiene sentido disfrazar o encubrir la verdad, porque el éxito del médico pasa necesariamente por su acierto en descubrir la realidad del estado de los pacientes.
Hay otras tres profesiones, en cambio, en las que se «juega» más con la verdad. Me refiero a la abogacía, a la política y al periodismo. En el ejercicio de la abogacía ante los Tribunales, no es fácil que reluzca la verdad de lo sucedido. Hay, por lo general, cuando menos, dos versiones contrapuestas sobre la realidad de los hechos sometidos a la decisión judicial. Una parte relata lo que, según ella, ha sucedido y, frente a esta postura, se opone otra una versión en todo o en parte diferente. Y ambas con la misma intención de convencer al que ha de juzgar, cuya convicción se forma generalmente a través del resultado de la prueba: el juzgador considerará como realmente sucedido aquello cuya realidad considere demostrada. Lo cual no significa, sin embargo, que se haya alcanzado la verdad. Porque la verdad que se somete a juicio se cubre de tantos velos que no es fácil descubrirla.
Algo parecido sucede en la política, que tiende a convertirse más en el ejercicio de una profesión que en el de un servicio temporal en defensa de los intereses de los ciudadanos. Tampoco en el ejercicio diario de la actividad política se trata de buscar la verdad de las cosas. Porque la conquista del poder político depende del voto de los ciudadanos. Y para captar el voto, el político tiende a desfigurar la realidad de lo que le perjudica, a exagerar la verdad de lo que le beneficia, y a resaltar, incluso faltando a la verdad, la realidad negativa de su adversario político. En política, el fin de la conquista del voto parece justificar los medios empleados a tal efecto, incluidos las más innobles. Y en este estado de cosas, queda muy poco espacio para la verdad.
En el ejercicio del periodismo, como escribió Manuel Adrio, se cubre la verdad con un cristal de aumento. Aquí, el perfil exacto de la verdad interesa menos que la deformación agrandada que se refleja tras la lupa. Lo peor de todo esto es que nos hemos acostumbrado a este maltrato de la verdad.