La tragedia de Afganistán
Las reacciones habidas tras el infausto suceso de Afganistán, en el que perdieron la vida 17 militares, sugieren ciertas reflexiones entre las que cabe destacar las siguientes: el Gobierno actuó con rapidez, se trasladó al lugar del suceso, resaltó que la misión humanitaria que desplegaban era completamente ajustada a la legalidad, puso en marcha la investigación sobre las causas del suceso, inició los protocolos necesarios para la identificación y repatriación de los cadáveres, asistió a sus familiares y condecoró y rindió honores de Estado a los fallecidos. Frente a esto, algún político, cuya formación presta apoyo parlamentario al Gobierno, aprovechó la ocasión para insistir en la retirada de todas las tropas españolas del extranjero.
Algo parecido ha sucedido entre los articulistas y comentaristas de los distintos medios de comunicación. Así, ha habido quien ha ofrecido una visión ensalzadora de las misiones humanitarias que llevan a cabo nuestras fuerzas armadas, presentándolas como ejemplo de solidaridad y defensoras de la democracia. Y, frente a éstos, ha habido otros que han aprovechado la tragedia para explicar las razones «ocultas» (compensación por la precipitada retirada de Irak, apoyo al control norteamericano de zonas geoestratégicas por causa del petróleo, etcétera) por las que nos vemos obligados a intervenir en operaciones militares en el exterior.
Tan dispares visiones de lo sucedido tienen, sin embargo, un punto en común: la desnaturalización de la profesión militar. La militar es y ha sido siempre una profesión de riesgo. Los militares se preparan para la guerra, aunque eufemísticamente hablemos ahora de «misiones de paz». Y en la guerra se arriesga la vida como en ninguna otra situación. Lo que ocurre es que, por fortuna, hace mucho que no estamos en guerra. Razón por la cual nuestros militares llevan mucho tiempo sin estar expuestos al riesgo de perder su vida en una acción bélica. Hasta tal punto es esto cierto, que hay muchos militares que han desarrollado toda su carrera sin tener que entrar en combate. Pero esto no significa que no sean necesarios, ni tampoco que haya que dulcificar su profesión: la eligen libremente sabiendo que pueden llegar a perder la vida. Es algo que aceptan plenamente, aunque resulte difícil de entender para sus familiares y allegados.
En cualquier caso, no conviene olvidar que la profesión de militar ni es la única que está expuesta al riesgo de morir, ni es la que lo soporta en mayor medida. Cada año mueren ejerciendo una profesión de riesgo bastantes más trabajadores que militares. Piénsese, por ejemplo, en los mineros, en el sector de la construcción, en los marineros que faenan en alta mar, en los bomberos, etcétera.
La muerte de los 17 militares en Afganistán no es distinta de la de cualquier otro trabajador fallecido en el ejercicio de su profesión. Por eso, si se trata como héroes a unos militares por el solo hecho de serlo y de haber muerto, sin haber entrado en combate, sin haber podido demostrar su valor y sin haber realizado ninguna hazaña heroica, es que la sociedad actual no tiene asumida la misión real y tradicional de las fuerzas armadas.