La tenia de España
Este periódico ha tenido la acertada y oportuna iniciativa de publicar la opinión de diversos autores sobre lo mucho que nos une a los españoles, en lo que viene a ser una diagnosis sobre el actual estado de salud de España. No me aparto demasiado de lo pretendido, si, en lugar de referirme a la parte “sana” de nuestra Nación, reflexiono sobre algo que, en mi opinión, la está debilitando: la solitaria secesionista que tiene alojada en sus entrañas.
En los años cincuenta, cuando alguien seguía muy delgado a pesar de su abundante ingesta, solía oír a algunos de sus allegados “parece que tienes la solitaria”. Carecer de aparato digestivo, tener en su cabeza unas ventosas y ganchos para anclarse a nuestro aparato digestivo, alimentarse absorbiendo nuestros nutrientes y poder enquistarse en algún órgano vital, convertía a la tenia en un enemigo aterrador. Servirme de tan repugnante parásito para exponer mi pensamiento aconseja aclarar desde el principio –para evitar cualquier tergiversación malintencionada- que me refiero a esa casta de políticos separatistas que suelen arrogarse la representación de toda su Comunidad Autónoma, cuando solamente son un conjunto más o menos amplio de personas muy cortos de miras que defienden intereses de poder estrictamente personales.
Es sabido que la solitaria se instala en el cuerpo humano por un contagio debido generalmente a la falta de higiene. Lo mismo ha sucedido con la tenia secesionista: se ha infiltrado en el organismo hospedador, España, por insuficiencia de profilaxis, en este caso, democrática. En efecto, cualquier observador imparcial de nuestra reciente historia democrática habrá percibido casi con toda seguridad que los nacionalistas secesionistas no han dejado de aprovecharse de la imperiosa necesidad que tenían de formar gobierno las distintas mayorías insuficientes habidas tras las elecciones generales.
Se puede decir –y no sin fundamento- que exigir compensaciones en tales supuestos es una consecuencia legítima del juego político. Pero también es cierto que cuando una minoría nacionalista, radicada casi siempre en las comunidades autónomas más ricas de España, obtenía prebendas por contribuir a formar gobierno, se resquebrajaban, al menos, dos mandatos constitucionales. El principio de solidaridad interterritorial basado en un equilibrio económico adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español (arts. 2 y 138 CE); y la declaración de que toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general (art.128 CE). Pues bien, si las minorías secesionistas han podido sacar partido a la insuficiencia de escaños para formar gobierno es porque no hemos adoptado la medida de higiene democrática de reducir el excesivo peso electoral que tienen inexplicablemente los partidos nacionalistas.
Aunque el hospedaje de la tenia secesionista se produjo desde el inicio de nuestra reciente democracia, su anclaje a los intestinos de España se ha ido haciendo más firme y seguro a lo largo de los períodos en los que las urnas no depararon mayorías absolutas. En estos años, a medida que España se debilitaba, se iba fortaleciendo el parásito secesionista, cuyo alimento eran los nutrientes que le correspondían y otros ajenos –casi siempre de las Comunidades Autónomas más pobres- que succionaba sin reparo alguno. Y todo ello con la complicidad del partido que conseguía formar Gobierno, el cual hacía la vista gorda ante el doble fenómeno característico de toda situación parasitaria: el progresivo e imparable debilitamiento del organismo hospedador y el simultáneo y paulatino fortalecimiento del insaciable parásito.
Transcurridos casi treinta y cuatro años desde de la entrada en vigor de la Constitución, los secesionistas se sienten fortalecidos y ven tan escuálido a su hospedador que han iniciado una ofensiva institucional rebasando claramente el marco constitucional. Así, en el ABC del sábado 24 de marzo Jordi Pujol, llamó a las huestes de CIU a plantar cara, como tropa de choque, en una eventual confrontación con el Estado español, anunciando que el primer objetivo era el pacto fiscal y el destino final la plena soberanía. Al día siguiente, el presidente de la Generalidad, propuso la construcción de un Estado propio que garantice la pervivencia de Cataluña como nación y su viabilidad como sociedad, que considera “hoy amenazadas”. Por su parte, el domingo 8 de abril Iñigo Urkullu afirmó que “Euskadi reclama un Nuevo Estatus. Desde la bilateralidad, con España, y también con Europa. … Desde la asunción de las competencias que tienen el resto de naciones europeas. Ni más ni menos. Euskadi, Nación Europea. Un espacio para Euskadi en Europa. Para la patria de vascos y vascas. Nuestra patria. Nuestra única patria”.
La solitaria intenta alcanzar un órgano vital: la unidad de España. Por fortuna, estamos a tiempo de impedir que logre su objetivo. Bastará con que el Gobierno responda políticamente con medidas que, además de dificultar al máximo esta estrategia nacionalista, recuperen la esencia de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, de la que habla el artículo 2 de nuestra Constitución.
Jose Manuel Otero Lastres