La sociedad Diábolo
Aunque actualmente no se ven muchos, una gran parte de ustedes recordarán el juguete del diábolo, que consiste en dos semiesferas huecas, normalmente de caucho, unidas por su parte convexa por un eje, el cual se coloca sobre una cuerda atada a dos palillos sostenidos uno en cada mano para hacerlo girar sobre sí mismo. Pues bien, me permito recurrir a este antiguo juguete para visualizar los devastadores efectos de la crisis económica que estamos padeciendo.
El crecimiento económico de España que tuvo lugar desde la mitad del siglo pasado hasta finales del 2007 produjo el efecto de que creciera sensiblemente la clase media. Desde una perspectiva geométrica, se pasó paulatinamente de una sociedad piramidal con una amplia base de ciudadanos con pocos recursos y un vértice con pocos afortunados, a una sociedad cada vez más cilíndrica, en el sentido de que se fue engrosando de manera considerable el espacio que había entre la planta y la cúspide.
Pues bien, nuestra pavorosa situación económica ha convertido a la cilíndrica sociedad española en una sociedad diábolo: el cilindro se ha estrangulado por el centro, haciendo que crecieran los dos extremos. El aumento de la pobreza es indiscutible y, aunque no lo parezca, la crisis suele hacer más ricos a los que ya lo son. De tal suerte que la menor parte de la riqueza se distribuye ahora entre la mayor parte de los ciudadanos y la mayor parte de la riqueza entre unos pocos. Y en el medio, en el eje del diábolo, han quedado un reducido número de sujetos que cuentan con medios suficientes para sortear los implacables efectos de la crisis.
Cuando una sociedad tiende a la figura cilíndrica, el Estado suele subvenir a la generalidad de las necesidades de sus ciudadanos. Como los sistemas impositivos se nutren de la clase media, cuanto mejor es su situación económica más recauda el Estado y, consiguientemente, más son los fondos de que dispone para atender a los ciudadanos. Las cosas cambian cuando la sociedad evoluciona hacia el diábolo. El eje, que es la parte más estrecha, apenas ofrece un nicho de recaudación suficiente; y la semiesfera de la pobreza mal puede contribuir si carece incluso de lo necesario para subsistir. Es verdad que aún queda la esfera de la riqueza, pero es una práctica universal que los de esta parte del diábolo contribuyen con mucho menos de lo que les corresponde.
Pues bien, es en estos momentos cuando aparecen unas instituciones privadas, las benéficas, nutridas gracias a la generosidad de los ciudadanos, que, por amor y solidaridad al ser humano, llegan hasta donde no alcanza el ineficiente aparato del Estado. Como persona que dispone del privilegio de poder publicar en letra impresa sus sentimientos, muestro mi más profunda gratitud a todas estas instituciones benéficas por todo lo que hacen por los más necesitados. Y con la misma firmeza, muestro mi más hondo rechazo a quienes -incomprensiblemente desde la posición política que dice defender a los más necesitados- tienen la desfachatez y el descaro de censurarlas por motivos puramente religiosos. La subsistencia del ser humano es una parte esencial de su dignidad y está por encima de cualquier ideología