La reforma de la enseñanza

La Voz de Galicia

En el último barómetro del CIS (marzo de 2013) la educación fue considerada la sexta preocupación de los ciudadanos, por detrás del paro, la corrupción y el fraude, los problemas de índole económica, la clase política, y la sanidad. Este dato es muy relevante si se tiene en cuenta que en la educación solo cabe influir con políticas a medio y largo plazo. Y sorprende sobremanera que, tras 34 años de democracia, la educación, lejos de haber mejorado -como se esperaba- con respecto a la del régimen político anterior, se haya deteriorado progresivamente hasta el punto de ser considerada como uno de los problemas principales de la ciudadanía.

Sitúo intencionadamente el problema en la actual democracia, porque nuestra Constitución elevó el derecho a la educación al rango de derecho fundamental, estableciendo que la educación tiene por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y ordenando a los poderes públicos que garanticen a todos la educación mediante una programación general de la enseñanza.

Los datos sobre la evaluación de nuestro sistema educativo, además de explicar que la educación se haya convertido en una preocupación ciudadana, revelan que la programación general de la enseñanza, llevada a cabo desde el inicio de la democracia por el mismo partido político, ha resultado un indiscutible fracaso. Hay estudios que revelan que la comprensión matemática, la comprensión científica y -la que parece más fundamental- la comprensión lectora de nuestros estudiantes están más de diez puntos por debajo de las medias respectivas de la OCDE.

Llegados a este punto, cualquier ciudadano medianamente sensato considerará necesaria una nueva programación general de la enseñanza y hasta me atrevo a aventurar que, precisamente por necesitar de actuaciones políticas a medio y largo plazo, desearía que la elaboraran por consenso el mayor número posible de partidos políticos. Por desgracia, los hechos demuestran que va a resultar sumamente difícil, por no decir imposible, una programación consensuada por la fuerte e indeseada carga ideológica y adoctrinadora que algunos quieren imprimir al objeto de este derecho fundamental.

Así las cosas, y como no está escrito en ningún lugar que la programación general de la enseñanza tenga que hacerla de manera ineludible el partido que la ha desarrollado hasta hoy, es razonable dar al partido en el gobierno la oportunidad de hacer por primera vez una nueva programación. Mientras, los anteriores no deberían airear demagógicamente unos supuestos defectos de la reforma en perjuicio de las clases más modestas, como elevar el grado de exigencia y propugnar la cultura del esfuerzo. El escaso éxito de la programación anterior fue por no apostar por ambas cosas. La alternativa es, pues, seguir como hasta ahora o dar a nuestros estudiantes una nueva oportunidad exigiéndoles mayor rendimiento. Elijan ustedes mismos.

 

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