La palabra frente al fanatismo intolerante

LaVoz de Galicia
Martes, 19 de febrero de 2008

Quienes aún consideran, tal vez románticamente, la Universidad como el templo de la libertad de pensamiento, se habrán sentido abochornados por el espectáculo que dio hace unos días un grupúsculo de intransigentes que trataron de impedir que alguien expusiera sus ideas en una conferencia pública (hecho que precisamente ayer volvió a suceder en la Universidad Pompeu Fabra de Cataluña). Lo cual no merecería más comentario que su repulsa, de no ser porque puede revelar los primeros síntomas de una incipiente enfermedad que también parece que comienza a brotar en Galicia: el fanatismo intolerante contra quienes no comparten el propio pensamiento.

Tengo para mí que los que padecen ese mal del espíritu no han de ser buenos enfermos y que, por tanto, no han de estar demasiado predispuestos a ingerir las dosis precisas de tolerancia para llegar a respetar el pensamiento ajeno. Por eso, no tengo muchas esperanzas de que alguno de ellos pueda llegar a considerar que más que reprimir y amordazar las opiniones contrarias, de lo que se trata es de rebatirlas con argumentos convincentes. Mi poca fe en ello se debe a que a estos espíritus intransigentes, desde sus primeros años, les han ido inoculando un pensamiento totalitario y han ido avivando su temperamento hasta convertirlo en tiránico.

A pesar de todo, y por si hubiera alguno que estuviera cavilando sobre qué es mejor: convencer de la propia opinión o amordazar la adversa, me permito recomendarle encarecidamente la lectura de la obra de Stefan Zweig Castellio contra Calvino, subtitulado Conciencia contra violencia. En esta obra, el lector puede encontrar, en mi modesta opinión, una parte de los pensamientos más profundos, hermosos y acertados que haya escrito el ser humano en defensa de la libertad de conciencia y en contra de la intolerancia. Con el ánimo de incitar a la lectura de esa obra, me permito seleccionar, con el riesgo que ello comporta, los tres siguientes pensamientos del brillantísimo tándem Castellio/Zweig.

Uno, del propio Sebastián Castellio, que afi rma: «Los hombres están tan convencidos de su propia opinión, o más bien de la falsa certeza que tienen de su opinión, que orgullosamente menosprecian a los demás. De ese orgullo nacen las atrocidades y las persecuciones, pues ninguno quiere seguir soportando a los demás en cuanto no son de su mismo parecer, a pesar de que hay casi tantas opiniones como seres humanos. No obstante, no hay una sola secta que no juzgue a las otras y que no quiera gobernar ella sola».

Y estos dos de Stefan Zweig, quien señala: «Esos fanáticos de una sola idea y un único proceder son los que, con su despótica agresividad, perturban la paz en la tierra y quienes transforman la natural convivencia de las ideas en confrontación y mortal disensión». Y añade: «Aun cuando no venza, la palabra demuestra su eterna actualidad, y quien la sirve en semejante momento ha dado pruebas, por su parte, de que ningún terror tiene poder sobre un espíritu libre».

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