La limitación de mandatos políticos

La Voz de Galicia
Domingo, 23 de agosto de 2009

Desde hace algún tiempo viene planteándose como tema de debate la limitación de mandatos en todas las instituciones políticas a las que se accede por elección democrática. En contra de la limitación, se suele aducir que no tiene sentido desperdiciar el talento de los que lo hacen bien; que cuanto mayor sea el tiempo en el cargo, más experiencia y menos posibilidad de cometer errores; y hasta se llega a hablar de la posible dificultad de encontrar candidatos en los lugares con pocos electores y elegibles. A favor de la limitación, se alega que se impiden los regímenes personales en el ejercicio del poder; que produce la deseable renovación de equipos con la consiguiente dificultad de consolidación de grupos de interés en los partidos; y que se impulsa la participación en las instituciones de personas venidas desde otros ámbitos ajenos a la política.

En los primeros años de nuestra reciente democracia, pesaron más los argumentos en contra que a favor de la limitación de mandatos, toda vez que en el sistema político instaurado entonces no se acogió esta medida. Y es que si volvemos la vista atrás y nos ponemos de nuevo en aquellos ilusionantes momentos, se comprueba que no fueron pocos los grandes talentos que acudieron a la llamada de la política; y que, a pesar de ello, se consideró conveniente no limitar los mandatos para que fueran adquiriendo paulatinamente experiencia de gobierno en las instituciones.

Pero tengo para mí que en los momentos actuales no son pocos los que estarían a favor de una limitación (por ejemplo de 8 años) de los mandatos políticos en todas las instituciones. Y ello, porque, a poco que se observe la realidad, se ve con claridad que hoy los partidos políticos se han convertido en círculos cerrados en los que solo se promocionan los que proceden de sus bases juveniles, con el empobrecimiento que supone la homogeneidad de su formación. Todo lo cual ha desembocado en una imparable e indeseable profesionalización de la política.

Pero bien entendido que no me refiero al hecho de que la actividad política sea considerada como un “empleo” que otorga al que lo ejerce el derecho a percibir una retribución, sino al hecho de profesionalizar su ejercicio; esto es, darle el carácter de profesión, con la consiguiente nota de “habitualidad”. De tal suerte que hoy la política parece, para los que desean dedicarse a ella, más un modo duradero de ganarse la vida, que la prestación ocasional –por tanto de entrada y salida- de un servicio en beneficio del interés de la generalidad.

Tal vez por ello, estamos asistiendo a un espectáculo bochornoso en el que los partidos, en vez de trabajar juntos para sacarnos de la crisis que padecemos, están enzarzados en cuestiones menores de índole puramente “profesional” –para conservar o recuperar, según el caso, los puestos de trabajo-, como la del cohecho impropio de los trajes o la de los teléfonos pinchados. ¡Dedíquense a las cuestiones de interés general y déjense de pamplinas, que hay mucha gente en España que está pasando hambre!

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