La Generosidad

La Voz de Galicia
Domingo, 1 de mayo de 2011

Generosidad significa, entre otras cosas, «largueza, liberalidad, desprendimiento», entregarse uno mismo, o algo de lo nuestro, a los demás sin esperar recompensa. Para ser generoso, se requiere, ante todo, estar pendiente de las necesidades ajenas. Lo cual significa mirar para el prójimo antes que hacia nosotros mismos: dejar de atender desmedidamente a nuestro propio interés y pensar en el de otros.

Pero no es fácil ser altruista. Cuando advertimos la necesidad ajena, en nuestro interior se plantea de inmediato una fuerte batalla por si hay que subvenir o no al menesteroso. En ese momento, nuestro consustancial egoísmo nos ofrecerá mentalmente múltiples disculpas para no desprendernos de lo que necesita el prójimo. Y la instintiva mezquindad que todos llevamos dentro apoyará la conveniencia de no dar, argumentando que el necesitado es el único responsable de sus carencias. Solo quien resiste este embate del lado avariento de nuestro espíritu puede devenir desprendido. Porque aunque la generosidad es una virtud en cierto modo innata hay que forzarla constantemente: dar siempre cuesta, es ir contra el instinto animal de anteponernos a cualquier otro.

Aunque pudiera parecer lo contrario, la generosidad no es una consecuencia de la abundancia. Ni tampoco está en relación directa con lo que nos sobra. Hay gente que tiene de todo en exceso y no da nada, porque el único sentido de su vida es acaparar, atesorar riqueza. Son sujetos indisculpables que disfrutan con lo contrario de lo que parece más razonable que es ser dadivoso.

La verdadera generosidad consiste no tanto en desprenderse de lo que no necesitamos cuanto de lo que precisan los demás. No hace falta mucha atención para comprobar que muy cerca de nosotros hay quienes carecen de lo más básico, ya sea bienes de primera necesidad, ya de cariño y afecto, o, como sucede muchas veces, de ambas cosas a la vez. Para ser generoso no importa tener poco, porque muchas veces la generosidad y la solidaridad anidan mejor en la escasez que en la abundancia. Y es que si de aquéllos no estamos muy sobrados, no hay disculpa para privarlos de estos porque los sentimientos nunca se agotan.

Alguien dijo que «la avaricia es un continuo vivir en la pobreza por miedo a ser pobre». Frase que podría completarse añadiendo que «la generosidad es un continuo vivir en la riqueza espiritual por la satisfacción de ayudar a los que nos necesitan». Porque, aunque hay muchas razones y de todo tipo, principalmente las religiosas, para justificar la largueza basta con una simplemente humana: el que puede dar siempre está en mejor condición que quien necesita.

Estamos en plena declaración de la renta, y se puede ser generoso con solo marcar una casilla, que hace que una parte del impuesto, sin incrementarlo en absoluto, sea destinada a las instituciones que se dedican a ayudar a los necesitados. No cuesta nada y merece la pena: aunque parezca increíble es dar sin que lo notemos.

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