La esperanza

La Voz de Galicia
Viernes, 4 de enero de 2002

Le pidió que escribiera sobre la esperanza. Puso el título y su nombre. Después, estuvo mucho tiempo delante del ordenador sin poder añadir nada más. Se preguntaba si tenía conocimientos suficientes para decir algo relevante sobre tan complejo tema. De repente, comprendió que no le pedía una reflexión sobre la esperanza en general, sino tan solo que le explicara por qué no había perdido la esperanza. Más exactamente: quería que se la contagiara, tras haberse desvanecido la suya. Y entonces, lo que  parecía un difícil trance, se convirtió en un reto que no podía rechazar.

Recordó que había leído, no hace mucho, que las más grandes revoluciones las han hecho los poetas. Así que pensó, que si tal es la fuerza de la palabra cuando se expresa en verso, escrita en prosa ha de servir, por lo menos, para poder contagiar sentimientos.

Buscó el significado gramatical de “esperanza” y leyó que es un estado de ánimo, en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. Al pensar en cómo tenía que sentirse para haberle hecho tan sorprendente encargo, advirtió que la esperanza no es un estado de todos los ánimos, sino de algunos o, tal vez, de muchos. Y se preguntó en qué otros estados de ánimo se puede estar que no sean la esperanza. Se respondió que, al menos, en otros dos: la desesperanza y la desesperación. La primera se la imaginó como la penumbra: un estado sombrío en el que todavía parpadea débilmente luz de la esperanza; la segunda, como las tinieblas: una profunda oscuridad marcada por la pérdida total de la esperanza.

Tuvo para sí que no sabría qué decirle a los desesperados. Pero como quien se lo pedía solo estaba en la desesperanza, se atrevió a escribirle unas palabras con el deseo de aumentar la intensidad de la débil luz que todavía alumbraba en su penumbra.

Lo primero que hay que saber –escribió- es que, en la esperanza, se conjugan dos verbos: desear y creer. Pero no siempre en la misma medida. Al principio, hay que desear poco y creer mucho. Hay que comenzar por tener deseos, aunque sean escasos y modestos. Y poner, en cambio, todo nuestro empeño en alcanzarlos. Ambas cosas, son más difíciles de lo que parecen. Porque en la desesperanza no es fácil ni siquiera desear y, cuando se consigue hacerlo, tampoco es sencillo limitarse, ya que cuesta lo mismo desear mucho que poco. Más difícil aún es poner un fuerte empeño en conseguir las pequeñas metas. Porque o no se mide bien el esfuerzo o se piensa que no merece la pena.

Pero si se logran ambas cosas, es cuando empezamos a creer que es posible conseguir lo que pretendemos. Y eso, aunque no lo parezca, ya es la esperanza. Porque así como dar los primeros pasos es andar, de la misma manera ver que es posible lo que se desea, por muy poco que sea, es tener esperanza. En esto, está una buena parte del secreto de la esperanza e, incluso, de la propia felicidad. Y hay que tenerlo muy en cuenta para no caer en el error habitual de confundir la esperanza con la dimensión de los objetivos. Porque hay muchos que piensan que solo hay esperanza si se presenta como posible el gran objetivo que deseamos. Esto es esperanza, pero también lo es aquello.

Además, para quienes vienen de la desesperanza, el camino ha de recorrerse paso a paso hasta adquirir seguridad, ya que en la marcha hacia la esperanza, al contrario de lo que decía el poeta, también se hace camino al retroceder, siempre que se acabe avanzando. Por eso, es muy importante que vayamos aumentando paulatinamente los objetivos, aunque haya algún fracaso, y que sigamos teniendo muy presente que se tiene esperanza por el solo hecho de pensar que podemos lograrlos. Cuando sintamos, al fin, que hemos recobrado plenamente la esperanza, estaremos en condiciones de afrontar el mayor peligro que nos acecha y que es el que suele sumirnos en la desesperanza.

Tal peligro es el miedo, que nos invade cuando empezamos a ver que es posible alcanzar nuestro mayor deseo. En ese momento, el solo hecho de pensar que podemos fracasar, nos paralizará, sobrecogerá nuestro ánimo. Y se producirá nuevamente un violento choque entre dos fuertes sentimientos: el miedo y la esperanza.  Cuando esto ocurra, hemos de tener bien presente que cada vez que venza el primero, se debilitará la esperanza y hasta puede llegue a disiparse. Pero si logramos que triunfe el segundo, y  conseguimos arrinconar definitivamente el miedo, volveremos a ver el brillo de la luz y, si miramos hacia atrás, veremos que la penumbra de la desesperanza se aleja de nuestras vidas para siempre.

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