La dignidad política

La voz de Galicia

El título de esta reflexión alude a una determinada manera de comportarse que debería caracterizar la actuación de los políticos. Se dice que una persona tiene dignidad cuando gobierna sus acciones con gravedad y decoro; o, lo que es lo mismo, con grandeza y honor. En este contexto, la palabra grandeza ha de ser entendida como elevación de espíritu o excelencia moral, y la expresión honor como «cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo».

En una primera aproximación, la dignidad personal, así conceptuada, parece que hace referencia a una conducta tan sublime que estaría al alcance de muy pocos. Si esa fuera la impresión que producen las palabras que anteceden, habría que reconocer que ha caído tan bajo nuestro nivel de excelencia moral que llegamos a considerar excelso lo que debería ser normal. Por eso, aunque medir el nivel de dignidad de toda una sociedad es tan difícil como ver el aire, tengo para mí que la gran mayoría de los ciudadanos españoles se comporta por lo general con un notable grado de dignidad.

Si de la óptica de la ciudadanía en general, nos trasladamos al ejercicio de la actividad política, no tengo ninguna duda de que al político hay que exigirle un nivel de dignidad en grado sumo. Y es que el político no gestiona sus propios asuntos, sino el interés general de todos los ciudadanos, por lo cual en el cumplimiento de los deberes inherentes a su cargo debe comportarse con el máximo grado de excelencia moral.

Puede haber algún político que piense que, de ser esta, es mucha la dignidad que se le exige. De ser este el caso, no debería olvidar que la dedicación a la política es voluntaria, por lo cual quien no esté dispuesto a anteponer el interés de los ciudadanos al suyo propio debería dedicarse a otra cosa.

Conviene recodar cuanto antecede porque en los últimos tiempos estamos asistiendo a un rosario interminable de noticias sobre actos de corrupción con beneficios multimillonarios en los que los imputados son generalmente políticos. El saqueo al que están siendo sometidas las arcas públicas es tan escandaloso que no solo revela una absoluta falta de dignidad personal y política en el corrupto, sino un desprecio inadmisible por parte de este a los intereses generales de la sociedad, que son los que administra. Y estos intereses, por ser los de todos los ciudadanos, son los que mayor cuidado y dedicación exigen.

Ante esta realidad lo peor es resignarse, creer que la falta de honradez es consustancial a cierto tipo de políticos, que nunca desaparecerán y frente a los cuales el ciudadano no tiene otro papel que el meramente pasivo de aceptar que las cosas no pueden ser de otro modo. Ha llegado la hora de decir ¡basta ya! No es cierto que lo de todos no es de nadie. Es nuestro y, por tanto, intocable.

Jose Manuel Otero Lastres

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