"La Cueva" en Barranquilla

La Voz de Galicia
Domingo, 19 de junio de 2005

Debo a José María Bustillo, un gallego que gobierna las sociedades eléctricas de Unión Fenosa en Colombia, el privilegio de conocer La Cueva. Este bar se hizo famoso porque desde la mitad de la década de los 50 comenzó a reunirse en él el llamado «grupo de Barranquilla». Aunque sin acta de constitución ni personalidad jurídica, fue, como escribe Heriberto Fiorillo, un grupo de «ron, de conversación, de arte, de periodismo y de literatura. Y sobre todo un grupo para el que la amistad, esa entrega cómplice que posibilita todo lo anterior, fue siempre una prioridad de su existencia».

A pesar de que eran muchos los asiduos a La Cueva, las figuras más sobresalientes del grupo fueron los escritores y periodistas Gabriel García Márquez, José Félix Fuenmayor y su hijo Alfonso, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas, los pintores Alejandro Obregón, Juan Antonio Roda y Enrique Grau, los fotógrafos Nereo López y Enrique Scopell y el dentista y experto cazador Eduardo Vilá, que era por entonces el dueño del local.

Actualmente La Cueva, convertida en sala de exposiciones, proyecciones y conferencias, pero sobre todo en restaurante, cafetería y bar de copas, pertenece a la Fundación del mismo nombre, la cual ha remozado el local con innegable acierto, conservando los vestigios de su inigualable pasado. El local está repleto de fotografías y de cuadros en los que aparecen, con más reiteración unos que otros, los diversos integrantes del grupo. Pero si he de destacar lo que más llama la atención de los visitantes, creo que no me equivoco mucho si lo resumo en lo siguiente.

Al entrar en la terraza del local, se observan en el suelo varios cuadrados, cubiertos de cristal, que reproducen en bronce pisadas de un elefante. Sirven de recuerdo de una noche en la que Eduardo Vilá no quiso abrir el local al pintor Obregón, que venía tarde y con unas copas de más. Así que éste contrató al domador de un circo, que estaba enfrente, para que uno de sus elefantes rompiera la puerta. Tras ello, se cuenta que bebieron hasta el amanecer.

En la parte alta de la pared, que está al fondo de la barra, puede verse el excelente cuadro de Alejandro Obregón, denominado La mujer de mis sueños. Sobre el hombre izquierdo del cuadro aparecen dos círculos blancos, que son los impactos de los tiros que le pegó Totó Movilla, en represalia por una broma pesada del pintor. Obregón se negó a restaurar el mural, afirmando que «ahora esos tiros forman parte del cuadro».

En una de las esquinas exteriores del local hay una obra llamada Aguacero de plátanos, que consiste en un mural con un fondo en tonos amarillos que representa una lluvia de plátanos con unos pájaros negros volando, excepto uno, que está posado sobre una babilla (una especie de gran lagarto), que empieza integrada en la pintura del cuadro y acaba saliendo de él en forma de escultura. Recuerda una historia del pintor Grau, que contó que mientras dormía la siesta sobre una hamaca notó que alguien le hacía cosquillas en la mano. Despertó y vio a un caimán (era una babilla) amarrado.

Finalmente, en la pared del comedor hay una escotilla de un barco en la que, tras asomarse, el visitante puede leer una síntesis de la historia de un ahogado, que fue objeto de varios cuentos por parte de algunos miembros del grupo, uno de cuyos títulos fue El ahogado que nos traía caracoles.

Si van a Barranquilla, no dejen de visitar La Cueva, porque es un monumento al arte y a la amistad. Y de éstos, no hay muchos.

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