La Costa de la otra Muerte
No creo que haya un artículo de opinión tan difícil de escribir como este. Porque aquellos a los que va dirigido de manera principal no lo van a leer, y en caso de que lo leyeran, tampoco iban a hacer ningún caso de la presente reflexión. Por si esto no fuera poco, todos los demás, es decir, los que no somos los verdaderos protagonistas, pero estamos implicados de algún modo en el problema, lo conocemos perfectamente. Y, sin embargo, no solo no hemos logrado resolverlo, sino que últimamente parece que se ha agudizado hasta extremos que empiezan a ser insoportables. Si a todo esto se añade que pienso sinceramente que estamos ante un problema que tiene muy difícil solución, se comprenderá que haya tenido serias dudas sobre si merecía la pena escribir estas letras.
Me refiero, como habrán, sin duda, deducido, al número creciente de accidentes de tráfico que está teniendo lugar últimamente en la zona de la Costa de la Muerte, siniestros en los que están perdiendo la vida o quedan gravemente lesionados para siempre una gran cantidad de nuestros jóvenes.
Aunque en nuestros tiempos es muy común descargar a los jóvenes de todo tipo de responsabilidad, es tanto lo que nos estamos jugando que no queda más remedio que gritarles con todas nuestras fuerzas -al menos para que lo oigan- que son ellos, y no otros, los principales responsables de esta vertiginosa escalada de accidentes de tráfico en las carreteras de nuestra comunidad.
Es verdad que muchas veces son los padres los que les compran el coche, privándose ellos de otras cosas que tenían muy merecido adquirir. Es verdad que son los padres los que no pueden conseguir que no salgan hasta altas horas de la madrugada, y que tampoco pueden lograr que no beban más de la cuenta.
Es verdad que el estado de nuestras carreteras deja mucho que desear y que deberían invertirse nuestros escasos medios económicos en mejorarlas, en lugar de malgastarlos en otras necesidades nada apremiantes, pero que dan muchos votos.
Es verdad que los coches de hoy tienen una gran potencia y que alcanzan grandes velocidades.
Y es verdad, en fin, que los esfuerzos de la Dirección General de Tráfico deberían ir dirigidos más a vigilar y controlar allí donde realmente se hacen más necesarios esos controles, aunque proporcionen menos brillo político, que dedicarse, primero, a recaudar lo más posible y, después, a hacerse una descarada publicidad de lo bien que funciona el sistema.
Pero el despilfarro de vidas en plena juventud que estamos sufriendo en la Costa de la Muerte tiene unos responsables principales que son los propios jóvenes.
Son ellos los que consiguen el coche y, si hace falta, aumentan su potencia, son ellos los que conducen a gran velocidad, son ellos los que beben en exceso, son ellos los que saben que las carreteras que tienen no están para muchos trotes, y son ellos los que desoyen cualquier consejo porque creen estar en plena madurez.
Lo que ocurre es que la juventud es una etapa de la vida en la que se va sobrado de todo, hasta de prepotencia e irresponsabilidad, y eso les ha impedido darse cuenta de que el coche es una máquina de matar.
Solo lo llegan a saber los que tienen la suerte de tener una segunda oportunidad. Pero, por desgracia, son poquísimos.