La busqueda de los desaparecidos

La Voz de Galicia
Viernes, 14 de agosto de 2009

Escribe el colombiano Héctor Abad Faciolince en su excelente obra “El olvido que seremos” que “la desaparición de alguien es un crimen tan grave como el secuestro o el asesinato, y quizás más terrible, pues la desaparición es pura incertidumbre y miedo y esperanza vana”. Tiene toda la razón sea cual sea la óptica desde la que se analice: la del propio desaparecido, la de sus familiares y amigos, y la del resto de los ciudadanos.

Es verdad que el desaparecido en el instante de su secuestro sabe  que ha sido asaltado, capturado y que está retenido contra su voluntad. Pero esta certeza inicial se torna casi instantáneamente en perplejidad sobre el fin que se persigue con el ataque del que ha sido víctima. Durante todo el tiempo que siga con vida, su estado de ánimo oscilará, según las percepciones que vaya teniendo en cada momento, entre el temor a perder la vida y la confianza en su pronta liberación. Si, como suele suceder con mucha frecuencia, el desenlace es la muerte del desaparecido, nunca se sabrá por su propia boca su grado de sufrimiento, pero a poco que se piense sobre ello se concluirá que tuvo  que ser extremo.

No se trata de medir el sufrimiento de todos los implicados, pero entre los familiares más cercanos del desaparecido aparece un nuevo ingrediente, la desesperación, que viene a añadirse a la incertidumbre, el miedo y la esperanza. Pasadas las primeras horas sin que aparezca el ser querido esperado, comienzan las conjeturas sobre su ausencia, que en esos momentos tienden a buscar explicaciones verosímiles y, por tanto, tranquilizadoras. Pero a media que pasa el tiempo, el sosiego deja paso a la incertidumbre, la inseguridad hacer surgir el miedo y se entra en un ir y venir interminable de la esperanza a la desesperación. Y todo ello, unido a la firme determinación de iniciar la búsqueda del desaparecido.

En la búsqueda, se cuenta inicialmente con apoyos de los más cercanos y hasta de los desconocidos. La inexplicable desaparición de un vecino suele generar en las personas de su entorno un movimiento de solidaridad que consuela y acompaña a sus familiares y allegados. Hay ejemplos admirables de personas que se entregan en cuerpo y alma a la búsqueda de desaparecidos, que, además de ayudar en las indagaciones sobre su posible paradero, animan incansablemente a sus familiares insuflándoles fuertes dosis de esperanza. Pero poco a poco van produciéndose deserciones en este ejército de ciudadanos solidarios hasta dejar en la más completa soledad a los progenitores del desaparecido que son los únicos que resisten, gracias a la fuerza del amor, la búsqueda desesperada e infructuosa de su ser querido.

Para mitigar en algo la inmensa soledad de esa búsqueda, solo nos queda avivar nuestra compasión, que, como dice Héctor Abad, es esa cualidad de la imaginación que consiste en tratar de averiguar lo que sentiríamos en caso de padecer una situación análoga. Por eso, desde estas líneas envío mi sentimiento de compasión a todos los que siguen buscando a sus seres queridos desaparecidos.

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