La berrea política

La Voz de Galicia
Lunes, 22 de octubre de 2001

Cada año, durante el mes de septiembre, tiene lugar la berrea, esto es, la ceremonia de apareamiento de los ciervos. En las distintas manchas de nuestras sierras, los ciervos machos salen a los claros de las faldas para tratar de quedarse con un grupo de ciervas al objeto de cubrirlas. Para quien tiene la suerte de contemplarla, la ceremonia es sumamente interesante.

Comienza con los bramidos de los machos, que van marcando sus respectivos territorios. Después, se amenazan unos a otros, mostrándose sus cornamentas.  Y a algunos de ellos, les basta un simple gesto del más fuerte para retirarse de la pelea. Al final, el número de contendientes queda reducido a dos o tres. Entre ellos, está casi siempre el vencedor de los años anteriores, al que intentan derrotar los nuevos candidatos, quienes se sienten con la fuerza suficiente para vencerlo y retirarlo. Tras unos ligeros choques de sus cuernos, los finalistas acaban entablando duros combates, en los que, a veces, alguno llega a romperse alguna punta de sus astas e incluso, aunque esto es muy poco frecuente, a perder la vida. Y así, hasta que haya un vencedor, que es el que se hace dueño de la manada. De este modo, se produce la selección del más fuerte, que, justamente por ello, es el que va a fecundar a las hembreas, tratando de que mejore constantemente la especie.

Algo parecido sucede con las elecciones políticas. Cada cierto tiempo, y también con regularidad, los candidatos son convocados a una contiene, en la que se disputan entre ellos la mayoría del electorado. Al igual que la berrea, la lucha electoral comienza con una campaña, similar a la brama, en la cual los candidatos efectúan sus propuestas electorales y, en mayor medida de lo deseado, se entrecruzan descalificaciones mutuas, que no conducen a nada y que apenas interesan al electorado.

Como en la ceremonia de los ciervos, el combate electoral queda reducido a unos pocos. Entre ellos suele figurar también el ganador de las elecciones anteriores y, frente a él, los pretendientes, que intentan disputarle el gobierno de la comunidad. Éstos contienden porque, con el paso del tiempo, ven que sus fuerzas han aumentado y confían en que, de modo paralelo, habrá decrecido la del jefe.

Al final, y por encima de cualquier otra consideración, el recuento de los votos determina quien es el más fuerte. Y, como en la berrea, se trata de una decisión inapelable por objetiva.

El candidato ganador es como el ciervo que vence en la berrea: el más fuerte. Y a él, le sigue tocando, hasta la próxima contienda, la misión de gobernar. Los demás candidatos deberán seguir esperando, si es que pueden llegar a ser alguna vez el más fuete, o, en su caso, abandonar la lucha y dar la oportunidad a otros que tengan mayores posibilidades de éxito.

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