La ajenidad de nuestro propio pensamiento

La Voz de Galicia
Sábado, 26 de abril de 2008

El título de la presente reflexión puede parecer paradójico, porque ajenidad significa «cualidad de ajeno» y ajeno quiere decir «perteneciente a otra persona». Por eso, hablar de un pensamiento que es, al mismo tiempo, propio y ajeno, envuelve aparentemente una contradicción. Sin embargo, a poco que se reflexione sobre el modo en que una gran parte de los ciudadanos forma actualmente su pensamiento, se verá como la ajenidad es uno de los rasgos más caracterizadores del pensamiento de nuestros días.

El fenómeno no es enteramente nuevo, pero actualmente se presenta con ciertas peculiaridades. En efecto, en la lección Cambio y crisis, que forma parte de su obra En torno a Galileo, Ortega y Gasset escribía en 1933: «Mis opiniones consisten en repetir lo que oigo a otros. Pero ¿quién es ese o esos otros a quienes encargo ser yo?… ¿Quién es el sujeto responsable de ese decir social, el sujeto impersonal del ‘se dice’? ¡Ah!, pues? la gente». Y concluye: «Y al vivir yo de lo que se dice y llenar con ello mi vida he sustituido el yo mismo que soy en mi soledad por el yo-gente». Hoy seguimos sustituyendo nuestro yo por ese otro sujeto impersonal que es el yo social, pero este, más que un yo gente, como decía Ortega, es un yo medios, caracterizado, al menos, por dos singularidades.

La primera es de tipo cuantitativo. La cada vez más creciente e imparable extensión del conocimiento entre las distintas capas de nuestra sociedad hace que hoy el número de los ciudadanos opinantes sea mucho mayor que en 1933, cuando el pensamiento supuestamente informado estaba en manos de unos pocos.

La segunda tiene que ver con el modo en que elaboran su pensamiento ese número elevado de opinantes. Los medios de comunicación están hoy tan presentes en nuestras vidas que más que oír o ver sus mensajes los respiramos, sobre todo los que aportan opinión. Actualmente los medios de comunicación audiovisuales, además de ser creadores de opinión, son sobre todo potentes amplificadores de la opinión creada, hasta tal punto que hoy son los medios y no la gente esos «otros a quienes encargo ser yo». Lo malo es que la opinión de los medios es, por lo general, demasiado sintética: se simplifica el mensaje para que pueda ser fácilmente retenido; muchas veces es poco fundamentada: se opina a la ligera por quienes no son expertos; y casi siempre exenta de neutralidad: los medios son instrumentos al servicio de otro que es el verdadero opinante y que no suele manifestarse al exterior.

Si conjugamos, pues, estas dos singularidades, el resultado es que en nuestros días, aunque ha crecido el número de opinantes, el pensamiento es más uniforme que nunca, ya que coincide casi milimétricamente con el que difunde tal o cual medio de comunicación. No hay, como en 1933, un solo yo gente, sino varios yo medios, según el gusto de cada cual.

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