Homo hispanicus famelicus
En el mundo medioambiental, cada vez que se evita la desaparición de una especie en peligro de extinción o se recupera de modo definitivo una que estaba prácticamente extinguida, recibimos la noticia con alborozo. Y no es para menos, porque con ello el ser humano repara un daño grave causado por él en un tiempo en el que, confundiendo su papel de rey de la creación con el de dueño despótico de la misma, actuaba sin el más mínimo respeto por la naturaleza.
En algunos aspectos de la vida humana que también tienen que ver con su supervivencia, sucede, sin embargo, lo contrario: el regocijo surge cada vez que el hombre elimina para siempre alguna de las lacras que lo venían asolando, como, por ejemplo, las epidemias de peste, la viruela, etc. Sin embargo, y a pesar de los innumerables años que lleva sobre la Tierra, el hombre ha sido incapaz de solucionar lo que más afecta a su supervivencia: el hambre. Aunque sea difícil de admitir conceptualmente que habiendo alimentos suficientes para todos, haya unos a los que les sobren y otros a los que no les llegan; y todavía más, que el excedente de los primeros no se haga llegar a los segundos, lo cierto es que llevamos viviendo tantos años en este sinsentido que la gran mayoría de nosotros nos hemos habituado a él y hacemos poco o casi nada por remediarlo.
Hasta hace muy poco, en España el hambre era un problema que parecía estar bastante solucionado. Y no solo para los españoles, sino también para los que emigraban a nuestro país. Pero en los últimos meses de este año las cosas han cambiado y, por centrarme sólo en los españoles, parece que hemos recuperado una especie que, por suerte, había desaparecido o estaba en trance de hacerlo. Me refiero –y perdóneseme la aparente falta de respeto de utilizar el latín, pero a veces la ironía confiere a los problemas su verdadera dimensión- al “homo hispanicus famelicus” (humano español hambriento).
En un reciente Informe Cáritas ofrecía unos datos espeluznantes, que parecía que nunca más los volveríamos a ver, al menos referidos a España (de la que se insiste mucho últimamente en que es la octava potencia económica mundial). Solo en sus programas de acción en alimentos, esta admirable institución había gastado en el primer semestre del presente año dos millones setecientos veinte mil euros, que suponen el 94,8% de todo lo gastado en el mismo concepto en el año anterior y que representa un aumento del 89,6%. Pues bien, una gran parte de los solicitantes de esta ayuda para alimentos eran españoles. Más concretamente, mujeres solas con cargas familiares (otra forma de violencia de género de la que apenas se habla), parados mayores de 40 años con una baja cualificación profesional, y familias jóvenes con hijos de corta edad.
No se si tiene sentido discutir sobre quiénes son los causantes de la nefasta recuperación del “homo hispanicus famelicus”. Lo que urge es tomar medidas para reducir al máximo esta lacerante especie. Y mientras tanto demos gracias a Cáritas por alimentarlos.