El tabaco y la publicidad
El tabaco no es un producto prohibido, lo cual significa que existe una industria –con la consiguiente generación de empleo- en torno a su producción, elaboración, distribución y consumo que es lícita. Pero si esto es cierto, también lo es que está científicamente demostrado que el tabaco es nocivo para la salud. Según datos que maneja la Unión Europea, cada año mueren en su ámbito geográfico medio millón de personas por causa del tabaco y, si se mantiene la tendencia actual de mortalidad, se calcula que en los próximos 40 años se producirán 20 millones de muertes, la mitad a una edad intermedia y la otra mitad a una edad avanzada. Estas cifras sólo podrían reducirse si disminuyera drásticamente el consumo de tabaco entre los adultos.
Entre los factores que contribuyen a la expansión del consumo de tabaco, figura la publicidad. Es verdad que la publicidad no es la causa determinante de que se comience a fumar. Pero no puede negarse que la publicidad que se ha venido haciendo del tabaco hasta no hace muchos años no solo no advertía de los riesgos de fumar, sino que, además, situaba el tabaco en entornos de salud, como el deporte o los parajes naturales del conocido anuncio de unos vaqueros montados a caballo.
La relativamente reciente comprobación científica de los efectos mortales del tabaco y los crecientes gastos sanitarios que comporta son las causas principales de la reacción de los Estados contra su consumo. Hoy está prohibida la publicidad del tabaco en televisión, se exige que en las propias cajetillas se advierta con toda claridad que el tabaco mata y se han restringido los lugares donde se puede fumar. Sin embargo, no parece que haya disminuido sensiblemente el consumo de tabaco, porque fumar es una adicción de la que cuesta mucho desprenderse y porque en los últimos años cada vez es mayor el número de mujeres que fuman. Por haber llegado a donde estamos, no es factible que los Estados lo declaren producto prohibido -otra cosa sería, si se tratara de autorizarlo hoy-. Pero, no cesan las medidas para rebajar su consumo.
En el ámbito de la publicidad, los países más beligerantes, como es el caso de Canadá, están obligando a que, al lado de la marca del tabaco, figuren leyendas e imágenes sobre sus efectos nocivos, como por ejemplo, una foto de una dentadura amarillenta y con manchas negras, en la que se aprecia el deterioro producido por aquél; una foto de unos sesos, en los que se ve un tumor cerebral; una foto de unos pulmones con un cáncer en la que se indica que el 85% lo provoca fumar; una foto de un corazón con una obstrucción arterial; una imagen de un cigarrillo curvado, mitad sin consumir mitad ceniza, con la leyenda de que el tabaco causa impotencia, etc.
En la Unión Europea se está discutiendo una Propuesta de Directiva para prohibir la publicidad del tabaco en la prensa y otras publicaciones impresas, en las emisiones de radio, en los servicios de la sociedad de la información, así como el patrocinio del tabaco, incluida la distribución gratuita del mismo.
Pero no hay que ser muy optimista en cuanto a la drástica reducción del consumo del tabaco. El hombre parece haber sentido desde siempre y en todo tipo de culturas la necesidad de estimularse. Por desgracia, la vida que llevamos no es un bálsamo que nos invite a relajarnos. Aun así, no se entendería que los Estados permaneciesen impasibles ante las gravísimas consecuencias del tabaquismo.