El ritmo de vida y el estorbo de la vejez

La Voz de Galicia
Lunes 16 de mayo de 2011

En su magistral novela El amor en los tiempos del cólera, García Márquez pone en boca del doctor Urbino Daza dos importantes reflexiones sobre el ritmo de la vida y el freno que representa la vejez. La primera es que «la humanidad, como los ejércitos en campaña, avanza a la velocidad del más lento», y la segunda, que «los viejos, entre viejos, son menos viejos». Ambas afirmaciones me parecen acertadas, pero suscitan algunas consideraciones.

El primer pensamiento confronta los dos ritmos a los que puede progresar la humanidad: el más rápido y el más lento, para extraer la conclusión -que también alcanza el doctor Urbino Daza- de que aquella podría avanzar a más velocidad sin el estorbo de los ancianos. Si consideramos la vida como una carrera en la que el nacimiento es la salida y la muerte la meta, es evidente que se evoluciona mucho más deprisa en los primeros tramos del trayecto que en los últimos. Pero también lo es que en nuestra época el trecho intermedio se vive a un ritmo vertiginoso sin que exista una justificación razonable. En la hedonista vida moderna, no paramos de correr, aunque la carrera sea más para conseguir cosas que formación espiritual. Y claro, al acelerar atolondradamente la cadencia vital, se nota mucho más la lentitud de los que van a menos paso. La cuestión en este punto no es, por tanto, el ritmo al que van los más lentos, sino si tiene mucho sentido que los de paso más rápido vayan tan de prisa para conseguir tres o cuatro cosas. Por eso, pienso que si viviéramos menos desbocadamente, la lenta sabiduría de la vejez tal vez parecería menos estorbo.

Estoy completamente de acuerdo con la frase de que los viejos, entre viejos, son menos viejos. A lo que me permito añadir que quizás por eso también son algo más felices. Pero bien entendido que no se trata de un apartamiento por edades para desgajar a los de más edad del grupo que marcha a mayor velocidad, sino de que aquellos pasen parte de su jornada diaria con personas de su misma generación. Se persigue que entre ellos se auxilien en sus soledades, en sus silencios, en sus miradas desgastadas por la vida y, si fuera el caso, que den oportunidad a alguna nueva ilusión, porque es el cuerpo el que se desgasta, no el alma.

Cuando se inicia el tramo final de la vida, que no se acabará un segundo antes de que corresponda, el camino recorrido hasta entonces se ha ido haciendo acompasadamente con los amigos conseguidos durante ella y con algún coetáneo. Los que llegan a este punto han vivido lo suficiente para saber que la mayoría de las cosas se consiguen antes no por correr más deprisa, sino por avanzar más sabiamente. Por eso, no se trata de acelerar el ritmo, sino de acomodarlo al movimiento conjuntado del cuerpo longevo con el alma experimentada. Es verdad que estando juntos unos con otros, los viejos lo serán menos, pero también lo es que sin sus descendientes, se sentirán mucho más tristes y solos. La cuestión está, por tanto, no solo en sentirse menos viejos, sino mejor acompañados. Y es que sin la alegría que da la compañía de los nuestros, el alma acaba desangrándose paulatinamente.

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