El quijotismo y la realidad en política
Una de las características más sobresalientes del imperecedero personaje de Don Quijote de la Mancha es que tenía sustituida la razón por una enfermiza y desmesurada fantasía. De tal suerte que veía, como es de todos conocido, «hermosas doncellas» en quienes eran «mozas descarriadas», un «alcaide de una fortaleza» en quien era sólo un ventero, «unos desaforados gigantes» en simples molinos de viento y, en fin, «unos encantadores» en quienes no eran más que dos frailes de la Orden de San Benito. Y cuando su escudero, Sancho Panza, un labrador lleno de sabiduría popular, le avisaba de cuál era la cruda realidad, él solía contestarle que sabía poco en materia de aventuras.
Viene a cuento lo que antecede, para subrayar que unos mismos hechos pueden ser vistos de manera muy distinta, según se miren desde la ensoñación o el ensimismamiento, o desde el realismo. Pero, así como en lo individual, es apenas trascendente la óptica elegida: ser Quijote o Sancho sólo repercute en uno mismo, no sucede lo mismo cuando se cuidan intereses colectivos. En este caso, parece más aconsejable una visión de las cosas que sea muy ajustada a la realidad, y, por tanto, lo más alejada posible del «engañoso» ensimismamiento.
Pues bien, un simple análisis de los últimos acontecimientos puede llevar a la conclusión de que nuestra clase política se acerca más al «quijotismo» que al «sancho-pancismo». Piénsese, por ejemplo, en el brutal atentado del 11 de marzo de 2004. La clase política utiliza el atentado más como un arma electoral que como lo que verdaderamente fue: un suceso trágico con un número elevadísimo de víctimas que no debería volver a repetirse. Por eso, en lugar de dedicar todos sus esfuerzos a reparar los daños ocasionados a las víctimas y a investigar con profundidad sobre los autores del atentado y sus causas, nuestros políticos, en un estado de «quijotismo» preocupante o, lo que es lo mismo, de gran alejamiento de la realidad, destinan la mayor parte de sus energías a las broncas y luchas partidistas. Esto es lo que explica que, cuando escucharon, por boca de su presidenta, la visión de la asociación de víctimas, se quedaran estupefactos: toparon con una realidad muy diferente a la que a ellos les preocupaba.
Y otro tanto puede decirse de lo sucedido en el barrio barcelonés del Carmelo. En la sesión del Parlamento catalán, cuando los afectados esperaban una discusión sobre las medidas más idóneas para atender sus necesidades, los políticos catalanes, en un nuevo acto de inadmisible ensimismamiento, se echaron a la cara la cuestión del cobro de comisiones.
Cervantes explicó las razones por las que Don Quijote perdió el juicio: «El poco dormir y el mucho leer». Yo desconozco las razones del progresivo alejamiento de la realidad que viene sufriendo nuestra clase política. Pero me atrevo a decir que una de ellas es la creciente «profesionalización» de la política, que está impidiendo la necesaria renovación de nuestros dirigentes, que es la que traería la indispensable conexión con la realidad.