El pedigrí

La Voz de Galicia
Domingo, 28 de agosto de 2005

En las secciones de anuncios por palabras de los periódicos suelen insertarse ofertas de ventas de cachorros que contienen casi siempre una referencia al pedigrí; es decir, a su genealogía. Este dato persigue poner de manifiesto la excelencia de la rama de sus progenitores y, en consecuencia, la de los propios cachorros. Se habla de «pedigrí de campeones», «hijos de campeón del mundo», «padres extraordinarios en la caza del conejo», etcétera.

La genealogía del cachorro se presenta así como un factor que puede determinar la decisión del comprador. Con la referencia al pedigrí se viene a decir que cuanto mayor sea la pureza genealógica, mayor será el acierto del comprador. De tal suerte que se acaba invitando al comprador a que no valore otras características del animal, como su carácter tranquilo o nervioso, bondadoso o agresivo, etcétera. Por otra parte, cuando se enlaza la genética con la facilidad para cazar tal o cual especie cinegética, las cosas están aún menos claras. Porque es razonable dudar sobre la certeza de la siguiente proposición: un hijo de grandes cazadores de conejos destacará sobremanera en este tipo de actividad venatoria y no en otra.

Lo que antecede revela que el valor del pedigrí queda reducido a un mero indicador de pureza de sangre. Extremo que, incluso referido a los animales, no parece que sea algo excesivamente relevante, pues suele asociarse la pureza de sangre con la debilidad y la mezcla con la fortaleza. En todo caso, la constante referencia al pedigrí, como dato relevante de la oferta de venta, me sugiere, al menos, tres reflexiones.

La primera es que en la venta de animales, no sólo no rige el principio de igualdad, sino que se favorece descaradamente la discriminación. Lejos de estar prohibida toda discriminación por razón de raza, se destaca como uno de los elementos esenciales del objeto vendido -el cachorro- el ser de pura raza. El pedigrí pasa a ser un signo de distinción, al igual que sucede con las marcas de mayor prestigio. Sólo que aquí no se trata de objetos, sino de seres vivos. Y ello tiene consecuencias reprochables, porque propugnar la elección de los cachorros en función de su pureza genealógica, implica rechazar todos aquellos -y son los más- que carecen de ella.

La segunda reflexión -y perdóneseme que me ponga de su lado- proviene del ámbito de los perros ofertados. Todos los requisitos están de su lado. A los dueños no se nos exige nada, ni siquiera algo tan lógico y evidente como cumplir la obligación primaria de no abandonarlos. Por otra parte, no deja de sorprender que la gran mayoría de nosotros, que somos verdaderos «homes de palleiro», nos volvamos tan exquisitos a la hora de comprobar la pureza del pedigrí de nuestros perros.

La última reflexión es que si en la tenencia de un perro se busca un recíproco intercambio de afecto, ayuda, fidelidad y compañía ¿qué tiene que ver la pureza genealógica con todo ello? Por eso, valorar en exceso el pedigrí es trivializar las relaciones con los animales, dando primacía a lo irrelevante sobre lo sustancial.

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