El Mundial de Corea y Japón
La primera es la sorprendente representación “teatral” que llevaron a cabo los ciudadanos de estos dos países, al interpretar el papel de “aficionado” del equipo extranjero que correspondiese. En los partidos en los que no jugaban sus propias selecciones, hemos podido observar que, junto a los nacionales -poco numerosos- de los equipos participantes, siempre asistía un número elevado de japoneses o coreanos, que se repartían convenientemente hasta formar las aficiones de los dos equipos contendientes, apareciendo debidamente equipados con las camisetas, banderas y demás signos de identidad de éstos.
A los occidentales no es difícil entender que se puede llegar a convencer a todo un pueblo para que llegue a representar el papel de aficionado en un encuentro de cualquier deporte. Y mucho más aún, si se trata de un deporte que nos sea tan extraño como lo puede ser para ellos el fútbol. Pero lo que parece casi imposible es que pudiéramos llegar a fingir, con tanto oficio como ellos, unas emociones tan intensas como las que genera el fútbol entre los verdaderos aficionados. La representación teatral habría sido casi perfecta, sino fuera porque el rostro oriental de los espectadores nos hacía caer inmediatamente en la cuenta de que se trataba de una afición “fingida”. La actuación de esos dos pueblos ha sido probablemente una mezcla de hospitalidad, educación y orgullo nacional en que el acontecimiento tuviera el mayor éxito posible.
La segunda circunstancia es la eliminación de nuestra selección nacional como consecuencia de un arbitraje con graves errores. Entre las valoraciones sobre el papel de nuestro equipo, han predominado dos: la de que se tuvo una honrosa actuación que no pudo ser mejor por culpa del mencionado arbitraje y la de aquellos que consideran que ha sido discreta porque éramos tan superiores a Corea que no podía eliminarnos ni con errores arbitrales.
Estos últimos parecen olvidar que, desde los octavos de final, para pasar una eliminatoria basta con ganar al rival. Y se gana con sólo marcar un gol más que el equipo contrario. Para ganar no se exige que haya que mostrar una superioridad manifiesta sobre el equipo adversario. Durante el encuentro, España marcó dos goles reglamentarios y Corea ninguno. Por lo cual, sólo con que no se hubiera anulado uno de ellos, habría jugado la semifinal. De haber sido este el caso, el único argumento de los descontentos habría sido que se ganó sin haber acreditado la gran superioridad teórica que tiene que mostrar siempre España sobre todo equipo supuestamente inferior. Brasil y Alemania están en la final habiendo ganado por uno cero a rivales supuestamente muy inferiores y no se han visto muestras de desencanto entre sus aficionados.
No está mal que nos exijamos tanto en el fútbol, pero merecería la pena reflexionar si nos ponemos el mismo nivel de exigencia en otros aspectos de nuestra vida que son mucho más importantes que el fútbol.