El momento de abandonar la nave

La Voz de Galicia
Domingo, 31 de enero de 2010

Hay un viejo dicho marinero según el cual el capitán siempre es el último en abandonar el barco. Aunque se han formulado distintas teorías para explicar esta costumbre del mundo del mar, la más generalizada es la que la sitúa en el ámbito del seguro marítimo. Las aseguradoras solo pagaban las indemnizaciones por los naufragios si el capitán había hecho todo lo posible por salvar el barco, lo cual implicaba que tuviera incluso que arriesgar su vida por ser el último en abandonarlo.

Con las debidas adaptaciones, esta frase se ha extendido a otros ámbitos, ampliando su significado a un acto de demostración de valentía. Así, los que siguen, aunque no sea con mucha atención, el mundo del fútbol habrán podido advertir que cuando va muy mal un equipo y la afición pide a gritos la dimisión del presidente, éste, en lugar de acceder a ello, se niega pretextando que sería un cobarde si abandonara la nave precisamente en ese mal momento. Al actuar de este modo, tales presidentes se olvidan de que ha sido precisamente su impericia la causante de tal situación. Y lo que es peor: que esa supuesta valentía de no abandonar está impidiendo que vengan otros que puedan salvarlo.

Otro ámbito en el que cada vez se sigue con más frecuencia esta costumbre es el de la política. No son pocos los políticos que con sus actuaciones llevan a sus partidos a sonoras derrotas electorales. Y que, en lugar de asumir su responsabilidad, caen en la tentación de tratar de resistir en el puesto para no incurrir en la cobardía de abandonar la nave en situación tan desastrosa.

Una variedad reciente de esta costumbre de aferrarse al poder recurriendo a cualquier excusa es la que relaciona la mala situación con una supuesta “obligación” de seguir al frente del partido. En estos casos, parece más racional desvincular de tal obligación al que parece responsable del mal estado en que se encuentran las cosas, que pedirle que siga la frente del partido para salvarlo. Sobre todo, cuando la grave situación que se padece no es consecuencia de algo imprevisible o irreparable, sino de la actuación, por acción u omisión, del que persiste en quedarse.

Es cierto que muchas veces la decisión de no abandonar la nave no es tanto del implicado como de aquellos que bienviven a su alrededor, a quienes para seguir en la privilegiada situación en la que están no les queda otra salida que convencer al candidato para  que arriesgue una nueva oportunidad. Por eso, lo envuelven y rodean con mensajes de mesianismo para reforzar su decisión de hacer un último intento para tratar de salvar la nave.

Y es que tal vez haga falta infundir en algunos políticos ciertas dosis de humildad y autocrítica a ver si llegan a comprender que hoy hay muy pocos, por decir nadie, que sean imprescindibles. Eso les ayudaría a saber cuándo deben abandonar la nave, y a los demás nos permitiría gozar de la oportunidad de que sea otro el que intente salvarla

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