El maltrato de menores como síntoma
Hay sucesos que no sólo revelan lo que ha acaecido, sino que son, además, señales o indicios de otra realidad que se nos muestra menos evidente. Ante uno de estos acontecimientos, podemos contentarnos con valorar solamente lo que representa en sí mismo como hecho aislado o buscar algo más: indagar si está anunciando la existencia de una anormalidad o deficiencia que padece nuestra sociedad. Esto es lo que ocurre con los casos, cada vez más crecientes, de niños maltratados.
En los últimos tiempos, los medios de comunicación vienen dando noticia de numerosos sucesos en los que niños de muy corta edad son físicamente maltratados, a veces de forma brutal, por las personas con las que conviven. La gravedad de estos hechos reside, además de en que no hay nada que justifique que cualquier sujeto pueda golpear fuertemente a otro, en la propia condición de los sujetos implicados en la acción. Los maltratadores son adultos que, como tales, están dotados de una fuerza física de la que carece casi por completo la víctima, que, a veces, es un bebé de pocos meses. El abuso de superioridad es de tal naturaleza que denota un grado de crueldad impropio de seres humanos. Y lo que es más grave aún: no es infrecuente que ese maltratador extremadamente violento sea precisamente uno de los progenitores de la criatura.
Pues bien, maltratar a un niño de corta edad es, además de un hecho execrable y de todo punto inadmisible, un síntoma revelador de una sociedad parcialmente putrefacta en la que existen sujetos, aparentemente dotados de racionalidad, que se ponen en situación de descargar su ira y sus frustraciones en seres totalmente indefensos, que son víctimas inocentes de sus ataques.
Por desgracia, ensañarse con menores no es un fenómeno propio de nuestros días. El hombre, en tanto que perteneciente a la especie animal, ha usado siempre que ha podido la fuerza física para imponerse a los otros. Pero tras muchos siglos de educación, de predominio de la razón sobre la fuerza, se había conseguido domesticar su irracionalidad, contener sus impulsos primarios y sustituir la fuerza física por las palabras como medio para convencer a los demás. En este avance progresivo de la «educación a través de la palabra» como método para mejorar la convivencia, dejó de ser frecuente maltratar a niños de corta edad y se llegó incluso a eliminar el castigo físico como instrumento educativo. Por eso, lo que preocupa del maltrato de nuestros días es que puede tratarse de un síntoma de una nueva «animalización» del hombre, de una pérdida preocupante de su racionalidad y su sustitución por nuevas dosis de «primitivismo».
Es verdad que este fenómeno no es general de toda la sociedad, pero también lo es que allí en donde anida está fuertemente enraizado. Surge sobre todo en las capas de la población que están menos preparadas para resistir los efectos de la sinrazón de esta sociedad consumista y hedonista de nuestros días. Como para tener hijos no se exige la acreditación previa de una dosis mínima de racionalidad, son éstos los que acaban por pagar la brutalidad animal que renace debido al enorme e insoportable grado de presión que ejerce sobre nuestras vidas la irracional sociedad que venimos construyendo.