El insulto como crítica

La Voz de Galicia

En La Voz del 13 del presente mes, se publicó la noticia del voto discrepante de cuatro magistrados de la Audiencia Nacional que, al contrario que los catorce restantes, se opusieron a que se condenase a un coronel retirado por escribir que los Borbones eran «borrachos, puteros, idiotas y descerebrados» y que el rey actual era «el último representante» de esta «banda». El voto minoritario se apoya básicamente en dos argumentos. El primero es que cuanto más arriba se está en la pirámide del poder mayor debe ser el control y el sometimiento a la crítica pública. Y el segundo consiste en que la condena disuade de este tipo de críticas en detrimento de la libertad de expresión que persigue la formación de una «opinión plural, informada y formada».

Comparto totalmente la opinión de que quienes ocupan las más altas instituciones del Estado tienen el deber de comportarse con la más exquisita ejemplaridad, lo cual implica que están sometidos al nivel más alto de crítica. Y coincido también en la importancia fundamental que tiene la libertad de expresión en una sociedad democrática. Pero discrepo del sentir de los integrantes del voto minoritario: las expresiones proferidas por el condenado, lejos de suponer una crítica, son verdaderas ofensas que no contribuyen a la creación de una opinión pública libre, informada y formada.

Ha pasado tiempo suficiente para un balance más equilibrado y justo entre la libertad de expresión y sus límites, representados por los derechos al honor, a la intimidad, a la propia imagen. Con esto no se quiere decir que haya que restringir la libertad de expresión, sino que hay que precisar bien las fronteras que no puede rebasar. A cuyo efecto hay que valorar las opiniones difundidas, su contribución real a la formación de una opinión plural, informada e instruida, y la posible lesión que causa la difusión pública de las expresiones en los derechos fundamentales de la personalidad del sujeto aludido.

En cuanto a las opiniones del coronel, se referían a toda una dinastía, los Borbones, sin ningún tipo de precisión o de matización respecto de tal o cual soberano (tratando igual, por ejemplo, a Fernando VII y a Carlos III). Este grave defecto, unido a varios juicios de valor, como llamarlos «idiotas o descerebrados», impedían comprobar su grado de veracidad. Y se llegaba hasta el rey actual, del que se decía que es el último representante de la dinastía a la que calificaba como «banda». Mi raciocinio me impide calificar esas expresiones como críticas fundadas que suponen un control democrático de la Corona. Por el contrario, estamos ante verdaderos insultos que difícilmente pueden contribuir a modelar una opinión libre, formada e informada. Tales agravios, juicios de valor globalmente descalificadores, lesionan el derecho al honor de cualquiera, y por supuesto el del rey, que tiene que ser preservado al mismo nivel que el de los demás. No cabe confundir estar expuesto al más alto nivel de crítica con tener que soportar insultos.

 

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