El debate de investidura

La Voz de Galicia
Miércoles, 9 de abril de 2008

Una de las pocas cosas que se pueden tener por ciertas es que una vez que conformamos nuestra personalidad apenas cambiamos. Nos podemos mover ligeramente en lo que pensamos sobre tal o cual tema, pero es difícil dejar de ser como somos, y me atrevo a decir que es prácticamente imposible sufrir una mutación de tal envergadura que nos haga ser completamente distintos a como fuimos. Por eso, es muy probable que los que siguieron ayer el debate de investidura entre Zapatero y Rajoy hayan reconocido perfectamente al líder por el que votaron. E incluso que muchos, sobre todo los militantes de ambos partidos, estén plenamente satisfechos con su actuación: dijeron lo que esperaban de ellos.

Las cosas pueden ser distintas si pensamos en ese grupo numeroso de ciudadanos que viven la política desde una cierta lejanía y que solo se acercan a ella en ocasiones puntuales, como las elecciones y el subsiguiente debate de investidura. No es aventurado afirmar que para la mayoría de estos ciudadanos no tendría mucho sentido que el candidato a la Presidencia del Gobierno modificara mucho su forma de actuar, aunque solo sea por la fundamental razón de que ganó las elecciones. Aun así, es de suponer que verían con agrado su intención de contar con todos los grupos políticos y especialmente con el Partido Popular, así como su propósito de alcanzar pactos de Estado en las cuestiones fundamentales.

Con el planteamiento que antecede, el que parece que debería cambiar su forma de hacer oposición es Mariano Rajoy. Sin embargo, el comienzo de su discurso produjo la impresión de que nada había cambiado. Porque para valorar el programa de Zapatero en la presente investidura se detuvo inicialmente en valorar su pasado, el crédito que podía otorgársele a su palabra y el análisis que había hecho de la situación de la que se parte.

Pues bien, creo que el líder de la oposición no estuvo acertado al traer a colación la actuación de Zapatero en la pasada legislatura ni al crédito que merece su palabra. Ambas cuestiones, en la medida en que forman parte del pasado, ya han sido valoradas por los electores. Y la mayoría ha aprobado, por seguir los ejemplos de Rajoy, que hubiera prometido una cosa (no subir los impuestos) y que hiciera lo contrario (aumentar la presión fiscal a una media de 5.604 euros por familia) y que no hubiera hablado de negociar con ETA y que lo hubiera hecho.

Rajoy estuvo, en cambio, más acertado en la crítica que hizo respecto del análisis de la situación económica. Pero no tanto por haber reprochado a Zapatero su resistencia a reconocer que la situación es peor de lo que él decía durante el período electoral, sino por lo que revelan los datos económicos: que nuestra situación es delicada. La crítica es más constructiva si se centra en censurar lo que esté objetivamente mal. Si es puramente subjetiva, apenas aporta y, por tanto, tiene poca eficacia para nuestro bienestar.

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