El ave rapaz

La Voz de Galicia
Domingo, 25 de Octubre de 2009

Volaba sobre el borde de los acantilados en cuyas rocas golpeaba fuertemente el mar encrespado de aquella lluviosa mañana de invierno. Sin batir las alas, y enfrentado al viento, se quedaba inmóvil mirando fijamente hacia la tierra en busca de una presa. El más ligero movimiento llamaba su atención y cuando divisaba una musaraña o una lagartija, se dejaba caer en picado hasta apresarla con sus garras.

En muchos atardeceres, el vuelo de numerosas gaviotas, que iban y venían sin destino, esperando la entrada en la bahía de algún pequeño buque cargado con la pesca, desviaba su atención. Pero la distracción duraba sólo unos segundos. En el trance de cazar, de lo cual dependía su propia subsistencia, no tenía más remedio que poner en juego todos sus sentidos y con la máxima tensión. Era muy joven, apenas tenía experiencia, ya que aquel era el segundo invierno que pasaba solo desde que había abandonado el nido. Y ello, unido a la escasez de piezas, le venía dificultando la rapiña.

Durante su tercer año, las cosas variaron radicalmente. Un brusco cambio en las condiciones medioambientales propició un aumento notable en el número de piezas capturables. Ahora ya no necesitaba hacer uso de todo su poder de concentración. El campo estaba plagado de comida, desde pequeños roedores, como ratones y topos, hasta lagartos de diversos tamaños. No sabía de dónde habían salido, ni le importaba. Lo único que le sorprendía era su excesiva abundancia, que contrastaba con la extrema escasez de los años anteriores.

En su colonia, que estaba en lo más alto de un islote situado a escasos metros de la costa, oyó discutir a sus congéneres más viejos sobre las causas de tan extraña sobreabundancia. Unos, decían que se trataba de un fenómeno cíclico, en el que se iban alternando años de escasez con años de abundancia, en una secuencia que se repetía en períodos de corta duración. Otros, sin negar esta postura, decían que lo de este año nunca había sucedido, por lo cual aventuraban causas específicas relacionadas con la especial coyuntura climática que padecían. Y no faltaban, finalmente, quienes, con un gran sentido práctico, más que discutir sobre las causas de tan especial fenómeno, aconsejaban a las demás rapaces que enterraran provisiones para cuando volvieran las épocas de escasez.

Del lado de las piezas, la preocupación era otra. Porque no es que hubieran aumentado, sino que se habían vuelto más visibles que nunca. Habían surgido repentinamente unas fuerzas que, lejos de permitir que se ocultaran, las empujaban irremisiblemente hacia espacios al descubierto. Había acuerdo en el diagnóstico, pero siguió sin disminuir el número de capturas, porque se enredaron en interminables discusiones sobre qué medidas debían adoptar para taparse convenientemente de las rapaces.

El paro es un ave rapaz que nos está devorando. No es hora de discutir, sino de tomar medidas a través en un gran pacto social que nos ponga a cubierto.

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