El aumento de la corrupción
Decía Shakespeare hace más de cuatrocientos años: «¡Ay señor!, tal como va el mundo ser honesto es ser un hombre escogido entre diez mil». Si hubiera que actualizar esta cifra en la sociedad española de hoy habría que multiplicarla por mucho. Y es que cualquiera que esté medianamente informado tiene la sensación de que últimamente han aumentado de manera sensible los casos de corrupción que salen a la luz. Hasta tal punto es esto cierto que en el barómetro del CIS de junio de este año más del 87 % de los encuestados respondieron que la corrupción está muy o bastante extendida entre nosotros y un 17 % de ellos consideran que esta perversión forma parte de la naturaleza humana.
Ante esta situación, las preguntas que surgen son, cuando menos, las dos siguientes: si la corrupción, como cree el citado 17 % de los entrevistados, forma parte o no de la naturaleza humana; y por qué razón ha aumentado tanto en nuestros tiempos.
En cuanto a la primera de las cuestiones, escribía Quevedo, en sus Migajas sentenciosas, que «la repetición de los actos viciosos hace creer que nacen de la mala naturaleza de los hombres y no de la necesidad de ocasiones». Es posible que haya hombres «con mala naturaleza», pero pienso que son bastantes más los virtuosos. Por lo cual, no hay que descartar que la falta de honradez tenga que ver con la necesidad de ocasiones. En la vida moderna siempre se encuentran argumentos para no resistirse a la propuesta corruptora, y más aún cuando el sobornado cree que necesita inevitablemente lo que el corruptor le ofrece como contrapartida. Porque, como me dijo una vez un taxista, el hombre tiene una capacidad ilimitada para acumular dinero, es de lo único que nunca se llena.
Los antónimos de corrupción son honradez e integridad, términos que conducen a la probidad, esto es, rectitud, hombría de bien y conducta intachable. Lo cual nos sitúa en el plano de las cualidades de la persona: para ser corrupto hay que dejar de ser un sujeto de comportamiento honrado. Por eso, desde la óptica de los valores que se nos han transmitido, es mucho más satisfactorio para la propia conciencia negarse a las proposiciones corruptoras que aceptarlas.
¿Qué es entonces lo que ha cambiado para que la gran mayoría de nosotros opine que está bastante extendida la corrupción? Es difícil hablar de una sola causa, pero creo que entre ellas figura el consumo desaforado al que estamos entregados. Uno de los pilares fundamentales de la sociedad moderna (llamada no por casualidad sociedad de consumo) es incitar a la adquisición compulsiva de todo tipo de bienes materiales, muchos de los cuales son perfectamente prescindibles. Pero como para consumir se necesita dinero, hay que conseguirlo como sea, aunque haya que vender un bien tan preciado como la honradez. Lo malo es que entonces se duplican los corruptos: hay una doble falta de integridad, que va ligada de manera indisoluble, ya que si hay un sujeto corrompido es porque ha habido previamente un corruptor.